China es el mayo acreedor del mundo, con un equivalente de 5 billones de dólares en préstamos, financiamientos y bonos a su favor. El gigante asiático ha construido una estrategia mundial de financiamiento a cambio de mercados e influencias, que no siempre salen en beneficio del país deudor.
Un estudio de la Universidad William and Mary de Virginia, Estados Unidos, reveló, según France 24, que China ha prestado 843 mil millones de dólares “en la construcción de carreteras, puentes, puertos y hospitales en 163 países”, bajo el auspicio del programa de la Nueva Ruta de la Seda, desde 2013.
Ahora, según el estudio citado, unos 385 mil millones de dólares de deuda contraída por los países más pobres del mundo con China estaban ocultos, ya que no eran del conocimiento de los organismos internacionales ni de las entidades financieras. Todo lo cual representa un indicio de la forma en que China ha manipulado el sistema financiero internacional.
Los proyectos construidos bajo la iniciativa china han venido a llenar, en muchos casos, la ausencia de financiamiento occidental a proyectos para el desarrollo en África, Asia y Latinoamérica. Sin embargo, algunos de los proyectos financiados por China no tienen rentabilidad ni mucha lógica para el país deudor.
De prestamista a usurero
De acuerdo con BBC Mundo, los 10 países más endeudados con China, según el tamaño relativo de la deuda a sus economías, son Yibuti, Tonga, Maldivas, República Democrática del Congo, Kirguistán, Camboya, Níger, Laos, Zambia y Samoa. Estos países tienen al menos el 40% de su deuda pública comprometida con China.
Una de las mayores razones por la que los países aceptan el financiamiento chino es para desarrollar infraestructura logística. DW expone el caso de una línea de ferrocarril en Kenia, Nairobi-Naivasha, de 120 kilómetros de largo, que los residentes locales llaman el tren que no va a ninguna parte, ya que el último punto es una aldea de pastores nómadas. Eventualmente, la línea férrea debería llegar a la frontera con Uganda para que este país pudiera exportar sus productos, probablemente a China, usando una línea férrea, de mil 500 millones de dólares, que Kenia tiene que pagar.
De acuerdo con el estudio de la Universidad William and Mary, los intereses que China cobra en sus préstamos son más altos y el término de pago es más corto que lo que pueden ofrecer los países occidentales y su banca para el desarrollo.
El grupo de los siete países más desarrollados del mundo, que conforman el G7, ha creado una facilidad financiera para los países del tercer mundo que ofrece mejores términos que los ofrecidos por China, pero quizá por la pandemia no ha tenido tanto éxito.
América Latina: el teatro de una batalla
Según BBC Mundo, los países latinoamericanos más endeudados con China son Venezuela, Bolivia y Ecuador. Casualmente, el pasado lunes 27 de septiembre, el viceconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Daleep Singh, arrancó una gira que incluyó a Colombia, Ecuador y Panamá, para presentar la respuesta estadounidense a las iniciativas chinas: “Reconstruir un mundo mejor’.
La iniciativa de Estados Unidos se enfocará en cuatro temas: clima, seguridad sanitaria, tecnología digital e igualdad de género. La idea es que el capital estadounidense apoye a los países latinoamericanos en estos temas, sirviendo como un contrapeso al coqueteo chino en la región.
Sin embargo, el tamaño de lo que ofrece Estados Unidos no parece competir con las ofertas chinas. Más aún, si existe una práctica generalizada de opacidad de los préstamos chinos, esto facilita el pago de sobornos y de comisiones a altos funcionarios públicos, lo que no le está permitido a las instituciones financieras occidentales desde hace más de cuatro décadas.
Offshoring vs Nearshoring
Para América Latina, existe otra megatendencia que le favorece. Aquella teoría ingenua de que los grandes fabricantes occidentales se establecieran en Asia para obtener más ganancias por los bajos salarios, pocas regulaciones ambientales y amplia disponibilidad de mano de obra, choca con la geopolítica de dos superpotencias encontradas. Estados Unidos y Europa Occidental buscan ahora controlar más su cadena de suministros y tener más cerca la fabricación de sus productos. Esta tendencia se conoce como nearshoring y beneficia enormemente a América Latina por su proximidad geográfica a los grandes mercados occidentales.
El offshoring, la tendencia de mandar la fabricación al continente asiático, enfrenta otro desafío: el alto costo de los fletes de carga. Un contenedor movido entre China y la costa oeste de Estados Unidos en 2019 costaba unos 4 mil dólares; ahora ese precio se cuadruplicó en algunos casos. Esto le abre una gran oportunidad a América Latina para competir exitosamente con Asia, fundamentando su ventaja en costos logísticos más bajos.
La competencia por influencia entre las superpotencias es fuente de fricción y de oportunidades. El economicismo puro da paso a una nueva mentalidad de la geopolítica pragmática. Todavía Estados Unidos está lejos de dar todos los pasos necesarios para reestructurar su relación económica con América Latina. Si de algo han servido las ofertas de financiamiento chino es para recordarle a las grandes potencias occidentales que necesitan tener a América Latina de su parte.

