Escocia se ha empezado a llenar de las delegaciones técnicas y diplomáticas, así como de científicos, activistas y líderes empresariales, de prácticamente todos los países del mundo, que deben cumplir con una cuarentena previa, a lo que en cuestión de días, con el inicio del mes de noviembre, se convertirá en la Conferencia de las Partes número 26 (COP 26) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático.
La COP 26 es el cónclave ambiental y económico más importante de lo que va del siglo XXI. La expectativa internacional es que la gran mayoría de los países se comprometerá a efectuar recortes importantes en la emisión de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático, y consensuar la transición hacia una economía baja en carbono, lo más rápido posible.
El azote de los altos precios del petróleo y sus derivados ha impactado a los consumidores de todo el mundo, y puede tener consecuencias sobre el alcance y la ambición de lo que se acuerde en Escocia.
El invitado indeseado: el precio del petróleo
Recién esta semana que pasó, los precios del barril de petróleo alcanzaron niveles no conocidos desde el año 2018, los 86 dólares por unidad. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Rusia han sido sumamente disciplinados en los recortes a la producción del crudo, con la finalidad de reducir los excesos de un mercado internacional que en el año 2020 colapsó por la pandemia de la Covid-19.
La OPEP y Rusia no son los únicos jugadores que mantienen la llave del petróleo cerrada, las grandes empresas petroleras del mundo mantienen su producción con muy bajos inventarios, en parte para recuperar los ingresos perdidos en tiempos recientes, pero también como una medida preventiva contra la superproducción. Por si fuera poco, en Estados Unidos, como en Europa Occidental, escasean los conductores de camiones cisternas que recorren la última fase de la distribución de la gasolina y el diésel necesarios para los consumidores. En algunas partes de Estados Unidos y Reino Unido, esto ha causado una escasez en las gasolineras de las regiones más apartadas.
Según la OPEP, en el año 2022, se producirán unos 100 millones de barriles de petróleo diarios en el mundo, una cantidad que deja poco margen de error al mercado. Un gran ausente es la industria petrolera de esquistos, conocido también como fracking de Estados Unidos, que usualmente inundaba el mercado con petróleo cuando los precios subían, pero luego quedaban ahogados con un exceso de inventario cuando los precios bajaban, lo que terminó por colocar a este sector en una situación financiera muy crítica.
Aprovechando los altos precios, las empresas de fracking también se han mantenido muy disciplinadas y han controlado con mucha precisión su producción petrolera. También ha ayudado a esta coyuntura la serie de efectos de huracanes y tormentas tropicales que han afectado a la costa del golfo de México en Estados Unidos. Analistas del sector petrolero estiman que un precio de 90 dólares por barril no sería nada extraño en este entorno.
Políticas climáticas a la defensiva
Por si fuera poco, Rusia le ha pasado una factura política al gas natural que exporta a la Unión Europea, como una respuesta al endurecimiento de la línea diplomática de los países europeos contra el gobierno del líder ruso Vladimir Putin. Los críticos han señalado que Rusia, país que es el principal proveedor de gas natural de Europa, no está suministrando la cantidad necesaria para atender al mercado.
“Si nos piden que aumentemos las entregas, estamos listos para hacerlo. Las estamos aumentando tanto como nos lo piden nuestros socios”, dijo Putin a mediados de este mes, según la agencia Euronews, pero la misma agencia informó que los expertos indican que no hay evidencia de que los rusos hayan aumentado su producción.
Los elevados precios del gas natural en la Unión Europea han causado una escalada en los precios de la generación eléctrica en muchos países del viejo continente, que abandonaron la producción de electricidad con carbón y energía nuclear para sustituirla por el gas natural, supuestamente menos contaminante que el carbón y más segura que la energía nuclear.
Al otro lado del Atlántico, el presidente Joe Biden, que llegó a la Casa Blanca con el respaldo del voto ambientalista y fuertes promesas de compromisos contra el cambio climático, se enfrenta a la resistencia del flanco conservador del Partido Demócrata, que le ha bajado la velocidad y el presupuesto a algunas medidas climáticas. Además, Biden tiene ahora el nuevo desafío del alto precio de la gasolina y los otros derivados del petróleo, que amenazan con descarrilar la recuperación de la economía estadounidense. En estados como California y Nueva York, la gasolina ya supera con creces los cuatro dólares por galón y situaciones variadas en algunas localidades hacen aumentar el precio o desmejoran el suministro.
El liderazgo del presidente Biden es esencial para el éxito de la COP 26. Si Estados Unidos no profundiza su ambición climática, la meta de carbono neutralidad para el año 2050 va a ser muy difícil de cumplir. Con la ausencia del mandatario de China, Xi Jinping, del ruso Vladimir Putin y de algunos líderes de los países árabes exportadores de petróleo, se enfatiza aún más la necesidad de un gran acuerdo global con los países dispuestos, creando reglas e instituciones que arrastren a las naciones renuentes a comprometerse con un planeta climáticamente estable.
La ruta de la descarbonización
El término clave de las negociaciones de la COP 26 es el de la descarbonización, que significa reducir la producción de CO2 y otros gases de efecto invernadero, en las economías de todos los países del mundo. La descarbonización se puede conseguir de múltiples formas, por ejemplo, cambiando la matriz energética hacia fuentes renovables como la solar, la eólica, la mareomotriz o el hidrógeno verde. Otra forma de descarbonizar a las economías es reduciendo el impacto ambiental de la movilidad humana. Aquí se hace referencia a los automóviles con motores de combustión interna cargados con diésel o gasolina; estos pueden ser sustituidos por automóviles eléctricos, la masificación del uso de la bicicleta y el transporte público inteligente, complementado con aplicaciones como Uber o Indriver.
La descarbonización no termina con la energía y la movilidad. Incontables actividades humanas dependen de los hidrocarburos, como la producción de cemento o el plástico, o generan importantes emisiones de gases de efecto invernadero, como la deforestación, la ganadería y el manejo inadecuado de residuos sólidos. Estos últimos liberan un gas 30 veces más peligroso que el CO2, el metano. Es precisamente este gas uno de los grandes protagonistas de la COP 26.
Una de las paradojas actuales es que la producción de energía con gas natural o gas licuado de petróleo, es más limpia que sus contrapartes de carbón, bunker o diésel, pero la extracción del gas libera metano, que en algunas circunstancias podría debilitar la ventaja de la generación eléctrica en base a gas natural o sus derivados.
Otro importante productor de metano es el proceso digestivo del ganado vacuno, cuyos eructos están cargados de metano. Uno de los aspectos usados por los críticos de este planteamiento es la afirmación que Naciones Unidas quiere hacer a todo el mundo vegetariano. Aunque una dieta con menos carnes rojas haría bien a las personas y al planeta, existen alternativas productivas que disminuyen significativamente el metano del ganado, como, por ejemplo, suplementar su dieta con pequeñas cápsulas de algas marinas. A este tipo de opción se le conoce como una herramienta de desarrollo económico bajo en carbono.
Más allá de las ecuaciones químicas, las soluciones tecnológicas y los complejos mecanismos financieros para combatir al cambio climático, el alto precio del petróleo servirá de recorderis a la comunidad internacional y a los negociadores de la COP 26, que salvar al planeta, y con este a la especie humana, tiene un alto precio, que deberíamos pagar ahora para evitar un precio impagable después.

