Es difícil encontrar las palabras para describir al amigo, al hermano que se nos ha adelantado. Iván Robles Chiari nace en el área de Coclé, y fue producto de una educación jesuita; de allí su experiencia vivencial con el Panamá profundo, y su profunda vocación social. Se graduó como abogado en la Universidad de La Plata, Argentina. Al retornar al país formó con su hermano Winston la firma Robles y Robles, de éxito comprobado. Se casó en primeras nupcias con Alicia Giangrande, compañera estudiante ítalo-argentina, y de este matrimonio nacen Iván Rogelio y Vanessa, ambos abogados hoy. Alicia, consagrada artista y creadora de la sección Revista de La Prensa, falleció de cáncer hace muchos años. Un hombre como Iván requería de una mujer fuerte e igualmente inteligente, y la encontró en Julieta Díaz, con quien se casó en segundas nupcias; ella fue para él su pilar de apoyo y compañera hasta su último suspiro. Julieta siempre fue banquera profesional y en el Banco de América ocupó el puesto de jefa sénior de la cartera de créditos al Gobierno de la República.
Desde su retorno a Panamá ambos hermanos Robles lucharon contra la dictadura militar sin descanso, desde el día uno, y sin medir riesgos personales. Iván organizó una de las primeras entidades de la sociedad civil, presidiendo la Asociación de Abogados Independientes, y por esa vía terminó encabezando la Asociación de Asociaciones de la Sociedad Civil que luchaba contra la dictadura.
Ambos hermanos fueron fundadores del diario La Prensa, y los asesores más cercanos al grupo directivo fundador, entre los que estábamos el Arq. Ricardo J. Bermúdez, Ricardo Alberto Arias, Fabián Echevers, del Partido Socialista, Ricardo Arias Calderón, dirigente del Partido Demócrata Cristiano, y este servidor.
Más adelante Winston se convirtió en director de La Prensa, y fue reconocido como uno de los mejores directores de diarios del continente. Hacia las etapas finales de su vida, cuando La Estrella de Panamá–el diario más antiguo de Panamá– entró en crisis que hacía peligrar su existencia, Iván fue invitado a formar parte de su consejo editorial.
¿Quién era mi hermano Iván como persona? Era un hombre brillante, pero a la vez de este mundo, al tanto de todos los últimos avances tecnológicos y de el mundo que se nos venía encima. También le gustaba trabajar con las manos: era ebanista consumado que pasaba horas en su taller de El Valle construyendo muebles finos, usando las maravillosas maderas autóctonas. También se lucía como cocinero, y gozaba enormemente de la música clásica y de la ópera. Su carácter era recio como el Roble que orgulloso llevaba como apellido. Era franco al extremo. No perdía tiempo dando vueltas simpáticas o diplomáticas a la verdad; hablaba sin tapujos. Nosotros, sus amigos, hacíamos chistes sobre su carácter diciendo que había sido bautizado con ceviche. Todos reían y así podía continuar la conversación en forma más civilizada. Después de todo, la ventaja con él era que uno siempre sabía dónde estaba parado, y aceptábamos que para ser su amigo había que quererlo.
En nuestro caso, nos hermanamos de verdad compartiendo una expatriación forzada por los militares. Un exilio se asemeja a lo que sucede cuando se arranca una planta de raíz y se le tira en cualquier lugar para que se seque y muera. Por eso, superar juntos un exilio es renacer juntos… por esfuerzo propio. La relación termina siendo una verdadera hermandad; no se puede describir de otra forma.
Una anécdota: estando exiliados en Guayaquil en la Pensión Robles (casualidad), los hermanos Robles tenían unos clientes atuneros en esa ciudad; ellos fueron los primeros en llegar a atender a sus abogados en desgracia. Llegaron a la pensión preguntando por alguno de los hermanos Robles para llevarlos a almorzar, pero se encontraron con el “tesorero” del grupo (Chinchorro Carles), quien les dijo al pecho: “Con gusto aceptamos la invitación; somos 13”.
Por razones jurídicas, en Miami Iván perdió su profesión, y se ganaba la vida revisando documentos de préstamos en el Dadeland Bank, gestionado por otros exiliados panameños.
Hoy, Robles y Robles sigue manejada con el mismo profesionalismo por los hijos e hijas de los dos hermanos fundadores, todos con la misma estirpe e inteligencia de sus padres, para beneficio de nuestra sociedad.
Ortega y Gasset escribió que el premio mayor de la vida es poder irse tranquilo. Tranquilo con su familia, con sus amigos… y con su país. Al final, Iván pudo irse tranquilo.
Hasta luego, hermano mío. Nos dejas a todos con una lágrima en el alma, y un vacío muy profundo en este tu país agradecido.
