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El Instituto Nacional de Salud Mental: pacientes con historias de terror

El Instituto Nacional de Salud Mental: pacientes con historias de terror
El Instituto Nacional de Salud Mental está ubicado en Calle Matías Hernández, en el corregimiento de Río Abajo, distrito de Panamá. Gabriel Rodríguez

A medida que se conocen más detalles de los abusos de los que han sido víctimas pacientes del Instituto Nacional de Salud Mental (Insam), más se suman a contar el “·infierno” que es internarse en este centro hospitalario del Ministerio de Salud (Minsa).

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Denuncian maltratos y discriminación en el Instituto Nacional de Salud MentalInstituto de Salud Mental: el ‘infierno’, según sus pacientes

“Todo lo que han escrito es cierto. Los abusos [en el Insam] se han dado y se siguen dando”, reveló ayer a La Prensa una funcionaria de esta institución que, temerosa de ser despedida, pidió no ser identificada. Su confirmación se da tras dos publicaciones de este medio sobre abusos cometidos por miembros del personal del Insam contra ocho pacientes que, con sus nombres y apellidos, contaron sus penurias en el Insam tras buscar ayuda allí.

‘El trato fue muy bestial’

A esos testimonios se unen varios más. Un joven comunicador, avergonzado de la humillación que sufrió en el Insam, ha preferido no revelar su identidad, pero no así su historia, que data 12 años atrás. Ingresó a la institución, donde vivió las 24 horas más amargas de su vida.

“Nos despojaban de la ropa y nos metían en un baño a todos juntos, como si fuera un campo de concentración, y hacían burlas de nuestro físico”. En la noche, siguió el abuso: “Una mujer se pasaba por mi lado amenazándome y me tocó ver cómo la calmaron con una inyección en el cuello. De terror”.

Lo más humillante fue cuando le indicaron que debía ponerse lo que encontrara en una pila de ropa tirada en una cama. Lo único que halló de su talla fue ropa de mujer. La humillación lo llevó a solicitar su salida voluntaria, pero le negaron el teléfono para llamar a su familia. Todavía vestido con la ropa de mujer, abandonó el hospital. “No me dejaron llevarme mis llaves ni mi celular, nada. Y ahí sí llamaron a mi tío, para decirle que me había fugado, cosa que era falsa porque yo firmé mi salida”.

Antes de irse, una señora de la limpieza se le acercó y le pidió aceptar $2 “para tener con qué irse a la casa. Siempre recordaré el acto de compasión de una humilde señora, cuando todo un aparato al que le pagan su sueldo y, en teoría, está entrenado, no solo no ayudó, sino que fue victimario”.

“No le deseo ese infierno a nadie”, recalcó el joven. “Mezclan a los que están más graves, que también merecen respeto, con los que solo están deprimidos. A los que gritan, con mujeres embarazadas… y con nosotros, que habíamos llegado por tristeza… porque no podíamos con nuestras vidas. Salí, sin duda, peor de lo que entré. El trato fue muy bestial”.

Aterrada

Otra periodista, que por razones de exposición pública también pidió no ser identificada, calificó el Insam como un infierno. “Vi gente muerta, amarrada a las camas, esposada… y es muy duro, porque yo llegué por una situación mucho menos grave. Ellos no saben subdividir... Nunca entendí esa mezcla de mujeres con ese montón de hombres”.

La periodista pasó su hospitalización “aterrada de que alguno de los pacientes me fuera a violar. Los tenía a un paso. Caminaban frente a mí desnudos, se paraban frente a mí y se masturbaban. Nadie hacía nada. Me decían que eso era normal”.

Fue una experiencia traumática, al punto que la periodista dispuso terminar con su vida. Por fortuna, no encontró “con qué hacerlo”.

Abusos sexuales

Oderay Osorio también vivió una pesadilla en el Insam. Ingresada el 20 de junio de 2020, esta mujer, de 35 años, asegura que fue abusada sexualmente cuando estuvo sedada. “Estuve sin ropa interior ni pantalón por dos días, y cuando recobré plena consciencia, tenía moretones y mordiscos. A muchas mujeres las drogan y hacen de ellas lo que quieran. A mí me amarraron sin haber mostrado signos de violencia”, dijo. “Es mentira que solo lo hacen si uno está en peligro de hacerse daño”.

Durante diez días, Osorio tuvo prohibido hablar con su familia. A su esposo tampoco le daban información de su evolución. “Él me llevaba ropa y comida y no me la daban. Solo me entregaban el jabón y la crema dental. Él se las ingenió para enviarme una carta dentro del jabón. Cuando la recibí me desplomé… Yo creía que mi familia me había abandonado”.

Cada queja de Osorio era respondida con amenazas. “Me decían que si molestaba solo alargaría mi estadía. Pasé las peores noches de mi vida”. Y no solo fue ella. Vio a muchas pacientes sufrir y hasta vio a uno escapar. “Muchas mojaban la cama y pasaban la noche con frío. Tenían la boca reseca y yo les daba agua, porque nadie se ocupaba de eso…”.

Pese a todo, nunca contó lo sucedido. No creía que alguien le diera crédito a lo que sufrió. “Nadie quiere ir a un proceso judicial engorroso, que al final nunca queda en justicia”.

Es un ‘infierno’

El 17 de marzo de 2016, con la esperanza de recibir ayuda para su hijo (que en ese entonces tenía 21 años), Marcela Díaz ingresó a su hijo en el Insam. El plan era internarlo por un mes en el que, según le indicaron, recibiría terapias individuales y grupales. “Lo dejé ahí y estaba tranquilo, porque siempre aceptó su problema y pedía ayuda para salir de eso”.

Pero el joven solo duró en ese lugar una noche. “Salió corriendo, asustado” al ver “cómo un enfermero entró y abusó de una joven con problemas mentales”. Llegó a la casa y le contó a su madre lo que vio. Su hijo describió el Insam como “un infierno. No pude cerrar el ojo en toda la noche, yo veía a esos tipos entrar y se escuchaba a las muchachas llorar... eran gritos horribles”, contó.

“Ahora que leí la noticia, solo pude llorar y recordar con dolor sus palabras. Mi hijo me estaba diciendo la verdad”. El joven ya falleció. “Conté esto porque mi hijo así lo hubiese querido. Ojalá esto termine y más nunca una persona tenga que pasar por esto”.


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