En 1832, el comediante de raza blanca Thomas Dartmouth Rice desarrolló un espectáculo en el que se pintaba de negro y cantaba Jump Jim Crow para burlarse de la política populista del momento.
El término Jim Crow se convirtió en una expresión despectiva para calificar a los estadounidenses de raza negra.
Unos 620 mil soldados de ambos bandos murieron en la Guerra Civil de Estados Unidos, que dejó a un país dividido y, sobre todo, a los antiguos estados esclavistas del sur les dejó un legado de abierto racismo, aunque en la primera década después de la guerra hubo un esfuerzo real para mejorar las condiciones de vida de los antiguos esclavos. Por ejemplo, se garantizaba su derecho a votar y a ser elegidos, gracias a la presencia militar de los soldados federales.
También se intentó un programa de reforma agraria, en el que se entregaban 16 hectáreas y una mula a los jefes de familia para que trabajaran la tierra.
Todo esto se derrumbó en 1876, cuando una coalición de políticos sureños se aliaron con el partido Demócrata para derrotar a los republicanos que habían liderado al país durante la Guerra Civil y desmantelar los progresos obtenidos.
Entre 1876 y 1965, la cultura legal y política del sur de Estados Unidos fue denominada como la Ley de Jim Crow. El concepto fundamental era que aunque los derechos fueran iguales, la ejecución en la práctica implicaba un trato separado y diferenciado. Esto lo exportaron a la Zona de la Canal y estaba detrás del Gold Roll y el Silver Roll aplicado a los trabajadores blancos estadounidenses y a los antillanos junto a los panameños, respectivamente.
La era de los derechos civiles
La larga lucha de los afroestadounidenses por la igualdad de derechos se inició con la llegada de los barcos cargados de esclavos en los siglos XVII y XVIII y luego en la propia formación de la República. Este espíritu de libertad siguió acompañado de las grandes rebeliones de esclavos que antecedieron a la Guerra Civil.
En el siglo XX, se intensificó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se comenzaron a manifestar los grandes cambios legislativos que modificarían el escenario de Estados Unidos. Las luchas ciudadanas y la terrible represión registradas en fotos e imágenes de televisión liberó a un país de su racismo.
Los logros alcanzados por la legislación de derechos civiles y decenas de fallos judiciales contra la discriminación empezaron a ser atacados por grandes sectores de la población conservadora.
En los años de 1970, la política partidista de Estados Unidos se empezó a dividir por una línea de sentimientos raciales y actitudes hacia la discriminación. En los años de 1980, el presidente Ronald Reagan 1981-1989 fue capaz de codificar el racismo y convertirlo en un ataque hacia la dependencia del gobierno, la irresponsabilidad familiar y su famosa metáfora de la “reina de los beneficios sociales”, refiriéndose a una hipotética joven mujer negra, madre soltera de múltiples niños, que manejaba un lujoso Cadillac y que recibía decenas de miles de dólares en subsidios federales. A pesar de que Reagan sabía que tal situación no era posible por el sistema de reglas e inspecciones de los programas de ayuda, siguió usando el personaje para su campaña.
El fraude de Trump
El lenguaje codificado de Reagan evolucionó hasta convertirse en la procaz lengua de Donald Trump. La estrategia electoral que desarrolló fue la de fortalecer la base política del partido Republicano y, a la vez, disminuir la participación de los segmentos de población que respaldaban a los demócratas. A pesar de perder por 3 millones de votos en 2016, Trump se alzó con la presidencia, porque su contrincante Hillary Clinton no recibió el apoyo de los millones de votantes afroestadounidenses y de jóvenes milenarios que votaron por Barak Obama.
En la elección de 2020, Trump se enfrentó al desastre de la pandemia y a las protestas por el asesinato y la discriminación de afroestadounidenses. A su vez, intensificó el discurso racial y racista de la campaña, que aunque tuvo a Joe Biden como ganador, todavía tiene serias consecuencias para las minorías raciales.
Limitar y suprimir el voto
Según el Brennan Center for Justice (brennancenter.org), al menos 43 de los 50 estados de Estados Unidos están discutiendo unas 250 iniciativas legales para limitar y suprimir los votos de los afroestadounidenses y latinos. Algunas de estas iniciativas parecen inofensivas como la de eliminar el voto dominical, reducir las horas de votación, exigir dos pruebas de identificación, castigar a quienes den comida o agua a votantes que estén en fila, entre muchas otras.
Para entender el impacto de estas medidas, es clave comprender que en Estados Unidos el voto no es obligatorio y que el día fijado para la votación no es feriado, por lo que hay que trabajar. Al eliminar el voto dominical, se elimina la capacidad de muchas iglesias de organizar a sus feligreses y llevarlos a votar. Al exigir dos pruebas de identificación, se excluye a un segmento importante de latinos y afroestadounidenses que no tienen licencia de conducir u otro documento oficial distinto a su identificación. Al reprimir aquellos voluntarios que alimentan a los votantes en fila, se desincentiva el voto en aquellos recintos electorales que son muy pequeños y tienen demasiados votantes.
La líder de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi hizo aprobar el proyecto de ley HR1, que establecería un parámetro nacional que evitaría la discriminación en los procesos electorales. Aunque Pelosi pudo conseguir la mayoría en su cámara, la historia del Senado es otra. Los demócratas tienen en papel 51 votos, eso no es suficiente.
En el Senado existe la potestad de un senador de manifestar su oposición por medio del filibusterismo, originalmente una maniobra de pedir la palabra y mantenerse hablando por largo tiempo para retrasar una votación, pero en la actualidad solo basta que un senador lo invoque, para que la iniciativa muera si no tiene más de 60 votos, por lo que la única opción viable es modificar el reglamento interno y eliminar el filibusterismo.
En 1964, cuando se intentaba aprobar la ley de derechos civiles de ese año, los senadores del sur hicieron un ejercicio de filibusterismo, de hablar sin parar por 83 días. Esa es la clase de barrera que el presidente Biden debe ser capaz de enfrentar. Su encrucijada es conseguir la aprobación de sus grandes iniciativas económicas y sociales, a costa de una tregua con los republicanos, o preservar la integridad del sistema electoral que lo eligió como presidente.

