El distrito de Portobelo, en Colón, volvió a sonreír ayer como generalmente lo hace todos los 21 de octubre, cuando le celebra a Jesús Nazareno, su santo milagroso. Es una figura religiosa que sostiene la fe del pueblo y también su economía.
El año pasado, la actividad no se llevó a cabo por las medidas de restricción de movilidad, consecuencia de la pandemia de la Covid-19. Esta vez, el Ministerio de Salud, la Gobernación de Colón y la Alcaldía de Portobelo llegaron a un acuerdo para realizar el peregrinaje, pese a que aún el promedio de casos de coronavirus por día se encuentra en 171, en todo el país. No obstante, en todo el distrito de Portobelo, la cifra oficial es de 14 casos.
Son las 10:30 a.m. y sobre la vía principal que conduce a la iglesia San Felipe de Portobelo estaba sentado Luis Olivares, un joven de 26 años de edad, residente de San Miguelito, cuya manda consistía en caminar desde ese distrito, en la provincia de Panamá, hasta Colón. Aunque el tramo final, de unos 500 metros, debía hacerlo de rodillas.
El calor y la humedad agobiaban la zona y, para agregar más dolor a su compromiso, un acompañante de Olivares dejaba caer la cera de una vela sobre su espalda.
“No hay dolor, no hay dolor, no hay dolor”, gritaba el hombre, mientras miraba fijamente el horizonte hacia el templo religioso. A un costado, el imponente mar Caribe era testigo mudo de esta especie de ritual.
Olivares comenzó a caminar a Portobelo desde los 11 años, junto a su madre, debido a que uno de sus hermanos presenta discapacidad y porque también espera que la economía mejore en su hogar. El año pasado, como la actividad en Portobelo no se realizó, junto a sus amigos en San Miguelito recolectó $200 y repartieron alimentos a personas de la calle de Calidonia, Curundú y de su propio distrito. “Fue nuestra forma de cumplir con el Nazareno”, dijo.
Sobre por qué eligió un acto tan exigente y lacerante como el que llevaba a cabo, dio su propia explicación: “Así uno demuestra la fe. Él se sacrificó por nosotros y entonces yo debo hacer lo mismo de rodillas”.
El hombre sigue su rumbo, mientras al fondo se escuchaba “el Nazareno me dijo, que cuidará a mis amigos...” Era la música El Nazareno, el himno del salsero Ismael Rivera.
Hay otros devotos, como Luis Manuel Herrera, oriundo de la ciudad de Colón, quien prefiere cortar su cabello a un costado de la iglesia como sacrificio a la figura religiosa. Comenzó a ser devoto del Nazareno desde que su madre enfermó.
“Él es mi papá y no puedo defraudarlo. El año pasado fue muy triste para todos nosotros, pero ahora, luego de la pandemia, tenemos una nueva oportunidad para seguir viniendo a este lugar a cumplir con nuestros compromisos”, manifestó.
El barbero de Herrera era José Valdespino, quien dice que tiene más de 40 años de cortarle el cabello a los feligreses. Valdespino comenta que antes de la pandemia habían otros barberos, la mayoría con más de 60 años de edad, pero ahora que llegó le sorprende que solo estaba él.
“Yo aquí acepto lo que me den, no tengo una cuota fija. Para los devotos, cortarse el cabello viene siendo una especie de liberación en cuanto al compromiso que tienen con el santo milagroso”, manifiesta el adulto mayor de abundante barba y sonrisa constante.
Pero alrededor de la figura del Nazareno de Portobelo también hay un tema económico. El alcalde del distrito, Carlos Chavarría, comenta que el año pasado fue un duro “golpe” suspender la procesión, ya que era una actividad que venía llevándose a cabo desde hace 200 años.
En palabras de Chavarría entre septiembre y octubre ingresan a Portobelo unas 200 mil personas devotas del santo, aunque antes de la pandemia la cifra era el doble. No obstante, estima que entre turismo, buhonería y otras actividades económicas, la festividad puede estar dejando al distrito un millón de dólares en ingresos.
La brisa sopla por momentos y el cielo comienza o tornarse gris, un presagio que podría llover. Entre el caserío de más de 300 viviendas se encuentra Eurípides Preciado, religioso de la iglesia San Felipe, quien define al santo como “la esperanza” del pueblo caribeño, habitado por 5 mil personas.
Para Preciado, ahora hay alegría en medio de una pandemia que ha golpeado duramente el país y el mundo. “Se trata de un encuentro, en el que una buena parte de la población quiere agradecer por lo que tiene, ya que nos encontramos en tiempos difíciles que ahora estamos superando”.
Eso sí, el religioso deja un mensaje a aquellos feligreses que apelan al dolor para liberarse o redimirse: “cada uno puede expresar su fe como quiere, pero más allá de eso, lo más importante es dar testimonio”.
El sol se esconde y, pasadas las 2:30 p.m., caen las primeras gotas de lluvia. Los peregrinos, algunos con túnicas moradas, aceleran el paso y otros disfrutan el agua que cae del cielo. En medio del caos, el comercio y la devoción, se escucha: “Te digo que en Portobelo, Panamá, yo vi la cara más bella y pura, y es por eso que mi corazón se alegra de su negrura”. Era nuevamente Ismael Rivera, con la pieza Las caras lindas. El salsero no solo cantaba al santo, sino también a Portobelo y su gente.
