La entrada de los talibanes en Kabul y el fin de la presencia estadounidense en Afganistán tras casi 20 años de los atentados del 11 de septiembre de 2001, son hechos que han conmocionado a la opinión pública internacional por sus posibles implicaciones geopolíticas y humanitarias.
En tal sentido, es importante extraer algunas lecciones que, aunque evidentes, nos pueden ayudar a entender mejor las dinámicas de poder en el tablero geopolítico global.
Al observar lo acaecido en Afganistán, es imposible no acordase de la marcha del Estado Islámico hacia Bagdad en 2014 y el inminente colapso del ejército iraquí, previo a la entrada de una coalición internacional liderada por los Estados Unidos que frenaría tal desenlace.
En su momento, mucho se cuestionó el hecho de que un ejercito con cerca de 200 mil efectivos y con muchos recursos, asistido por más de medio millón de policías y fuerzas paramilitares, pudiese sucumbir ante una fuerza relativamente inferior en números y recursos.
Las razones eran diversas, algunos señalaron que se debió al retiro “temprano” de Estados Unidos, al modelo que tenían las fuerzas armadas iraquíes o al componente sectario del conflicto (suní-chií).
A la postre serían las milicias, en particular las Fuerzas de Movilización Popular, en conjunto con el ejército iraquí, ambos con un fuerte componente sectario, quienes, con el apoyo aéreo de la coalición, “derrotarían” al Estado Islámico.
En el caso de Afganistán, si bien la comparación pareciera ser válida, el conflicto adolece, en buena medida, del componente sectario iraquí, lo cual, a su vez, no significa que la ideología de los talibanes no incluya el yihadismo, el fundamentalismo islámico o el nacionalismo religioso.
En tal sentido, Libia (tribus) y Somalia (clanes), con sus dinámicas étnicas y tribales, ofrecen un marco comparativo interesante.
Una de las principales razones del colapso del gobierno afgano fue la construcción de un Estado centralizado que intentaba aglutinar distintas tribus y etnias, incluyendo a los pastunes, tayikos, hazaras y otros, en vez de promover la autonomía regional.
En esa misma línea, una lección importante es que las tribus son entidades políticas viables y dinámicas que en sociedades descentralizadas juegan un rol igual de importante que el del Estado mismo.
El grupo étnico mayoritario en Afganistán son los pastunes que, a su vez, conforman la mayoría de la población contemporánea en las áreas rurales y el grueso del pie de fuerza actual de los talibanes.
Los pastunes siempre han jugado un rol fundamental en Afganistán, desde el Imperio Durrani (1747-1823) hasta el establecimiento de la dinastía Barakzai (1823-1973). También les tocó lidiar con el intervencionismo extranjero, incluyendo los tres intentos británicos de anexión (1839-42, 1878-80 y 1919), la ocupación soviética (1979-1989) y la invasión estadounidense (2001).
Como resultado de línea fronteriza trazada por los británicos, la población pastún en Pakistán dobla la de Afganistán. Es a través de esta frontera porosa en donde los muyahidines y, subsecuentemente los talibanes, encontrarían en Pakistán un lugar seguro de los soviéticos y de las fuerzas de la OTAN para reagruparse.
En reconocimiento de estas complejidades, Hamid Karzai, expresidente de Afganistán (2001-2014) abogó, en diversas ocasiones, por un acercamiento con los talibanes en el interés de negociar un modus vivendi desde una posición de fortaleza. Dicha postura sería rechazada por Estados Unidos en momentos trascendentales, para luego ser acogida de forma tibia en 2020 y limitada a la protección del personal estadounidense.
Al margen de las problemáticas inherentes a los gobiernos afganos de las últimas dos décadas, tales como la corrupción y la falta de cohesión, cabe preguntarse si dicha opción hubiese llevado a un desenlace distinto al de 1996 (cuando el Talibán se tomó por primera vez el poder) o al de 2021.
Pakistán, a su vez, ha tenido que lidiar con dinámicas tribales igual de complejas que las de Afganistán, con la diferencia de que en su caso tiene un Estado y un ejército más fuerte. El talibán ha actuado, en ocasiones, desde y con el apoyo de Islamabad, y en otras contra sus deseos.
Debido a la presencia del talibán en Pakistán y su llegada al poder en Afganistán, hay quienes vislumbran también un posible efecto desestabilizador en Pakistán. Es por ello que será necesario prestarle especial atención a este país y a la seguridad de su arsenal nuclear, en el interés de que no caiga en manos de grupos terroristas.
Igualmente, al Afganistán haber servido como bastión de Pakistán en su conflicto con India, no se puede descartar un posible derrame hacia este conflicto.
Adicionalmente, ante el acercamiento estratégico Pakistán-China, la competencia China-India, la riqueza de Afganistán en cuanto a minerales raros y la búsqueda de legitimidad internacional por parte del talibán, tampoco se puede descartar el replanteamiento de la relación China-Afganistán. Este eventual desarrollo contribuiría, a su vez, a cohesionar aún más la alianza Quad (EU, Japón, Australia e India). Es decir, que el posicionamiento de cada país con respecto a los desarrollos en Afganistán tendrá profundas implicaciones en el tablero geopolítico global.
*(El autor es abogado y profesor de derecho internacional).

