Hoy sólo quedan escombros perdidos en medio de una jungla. Hace 15 años, era un lugar de sueños, esperanza y también de angustia, porque allí tuvo lugar el secuestro del médico español José Vicente Colastra y su hijo Sergio.
Son las 10:15 a.m., y en la playa conocida como Guayabo, a 50 minutos de Jaqué cabecera, en Darién, las potentes olas golpean con fuerza la arena negra que predomina en el suelo. Al fondo, unos árboles gigantes y un pequeño arroyo que desemboca en el mar y en el que un cardumen se mueve con mucho afán, como si los peces jugaran a perseguirse. Es el escenario perfecto para encantar a una persona que le guste la vida de aventuras y al aire libre. Es el paraíso.
Allí, en esa selva, en 2006, cuando Colastra, acompañado de su hijo, comenzó la construcción de un centro de medicina natural y ecoturismo, fue secuestrado durante 76 días por el Frente 57 de la hoy extinta guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Ahora, desde México, lo embarga la nostalgia al conversar con La Prensa sobre aquel momento, en un sitio como Jaqué, al que le tomó un cariño especial.
Cuando este naturópata llegó a Panamá, se encontró con edificios inteligentes impresionantes y con un gran desarrollo económico, por lo que intentó llevar parte de ese crecimiento a la abandonada Darién, específicamente a Jaqué.
Aún lo recuerda como si fuera hoy: “Con una naturaleza maravillosa, pensé que el desarrollo de Jaqué podría ir en dirección hacia el cuidado del medio ambiente y la medicina natural. Algo que no alterara las condiciones biológicas de ese sitio y lo que quería fomentar era el ecoturismo haciendo partícipe a la población del lugar. Yo viví en África tres años y no vi allá las condiciones de miseria que vi en Jaqué”.

Colastra se asoció con lugareños que le colaboraron con los terrenos. Narra que la noche del 20 de enero de 2006, mientras avanzaban con la edificación del centro ecoturístico, llegaron a la playa hombres armados que lo encañonaron. En ese momento, aquel edén en el que tenía depositados sus sueños se volvió una pesadilla.
“Lo que me dijeron fue: esto va a ir para largo y usted se viene con nosotros. Solo lleve lo que le haga falta”, relató el médico, que no salía del asombro por lo que pasaba en playa Guayabo. Junto a él iba su hijo, quien llegó a filmar un documental sobre el proyecto ecológico.
Español y amante de la naturaleza
Nacido en Madrid (España) en el año 1953, José Colastra es un reconocido naturópata español con más de 41 años de experiencia en la práctica de la medicina natural, la bioenergética y la nutrición celular. Fue secuestrado en Darién en 2006.
A pesar de que intentó persuadir a los secuestradores, llegó un instante en el que uno de ellos levantó su machete y le dijo “se calla o se muere aquí mismo”. Allí se rompió todo tipo de conversación y los Colastra fueron obligados a abordar una embarcación en medio del Pacífico. Lo que no dejó el naturópata fue su botiquín, con antibióticos, analgésicos y otros medicamentos.
Una vez en la lancha, el español recuerda que recorrieron el mar por un tiempo y luego desembarcaron en una zona que no logra precisar. Desde allí comenzó a caminar, para adentrarse en la selva. Afirma que pasó días bastante difíciles en medio de la espesa vegetación y una agobiante incertidumbre, al no saber qué sería de ellos.
Afirma que los primeros 15 días tuvo que caminar sin parar. “El plan de los guerrilleros era llevarnos a un lugar que para ellos fuera seguro. Entonces caminábamos 10 horas seguidas por pantanos, montañas, ríos, troncos, bajo la lluvia. Yo perdí al menos 15 kilos, y el objetivo mío y de mi hijo era por lo menos no resultar heridos en medio del peligroso viaje. Un día una serpiente pasó entre mis piernas”, detalló.
Luego de dos semanas de andar por la jungla, los Colastra llegaron a un campamento de los guerrilleros —donde se quedaron cinco días— y posteriormente partieron hacia otro lugar. Nunca estuvieron de forma fija, por mucho tiempo, en un solo punto del tapón de Darién. Su cama era una especie de cuadro elaborado con varas de bambú y en el centro le apiñaban hojas de todo tipo, para evitar la dureza y humedad del terreno.
Los secuestradores
El grupo de guerrilleros que custodiaba a los secuestrados estaba conformado por ocho personas, aunque a veces se incorporaba una o dos más durante los recorridos por las montañas. No obstante, el médico tiene recuerdos de algunos en particular por eventualidades que vivió con ellos.
“Había uno que le apodaban Diablo y ya te puedes imaginar por qué le llamaban así. Era un tipo fanfarrón, quien se la pasaba contando a los demás sus historias sobre cómo había dado muerte a sus rivales. Para que tengas una idea, cada guerrillero, en la correa de su fusil llevaba lazos negros, y cuando pregunté a qué se debía eso me respondieron que tenía que ver con cada adversario muerto. Todos tenían un montón de lazos negros en sus correas y el que menos poseía tenía tres. En el caso de diablo tenía 11 lazos negros. Era un tipo que cuanto más lejos mejor y yo no quería acercarme, ni que me hablase”, apuntó.
Colastra recuerda que un día el guerrillero hablador guardaba un silencio poco habitual en él, por lo que, como buen profesional de la salud, sacó conclusiones de que el hombre no estaba bien. Eso generó un conflicto interno dentro del español, pues por un lado estaba la fama del loco y peligroso militar, y por el otro, la vocación de médico.
Pese a ello, se decidió y le dirigió la palabra. “¿Te pasa algo, Diablo?, le pregunté y me dijo que tenía un dolor de muela que no lo soportaba. Como tenía medicinas en el botiquín, le suministré dos de los analgésicos más fuertes y casi 30 minutos después el hombre volvió a su estado de ánimo habitual”.
Ese gesto le sirvió a Colastra, ya que más de un mes después del secuestro y cuando caminaban por un terreno pantanoso en el que ya no podía más, el guerrillero al que apodaban Diablo, de 1.80 metros de altura, lo subió a sus espaldas y lo cargó durante la caminata hasta que el sol se puso.
“Quién lo iba a decir. Yo le curé las muelas al Diablo y el Diablo me salvó la vida al sacarme del pantano”, narró.
También recuerda a otro joven guerrillero al que llamaban “el sapo” y para él era el más agradable del grupo. Cuenta que un día el hombre no podía ponerse de pie. Ante esto optó por aplicar medicina alternativa sobre algunos puntos del cuerpo del guerrillero, aprendidos de la medicina china, y luego de una semana se recuperó.
Así, transcurrieron más de dos meses en el temible y hermoso tapón de Darién, hasta que, de forma inexplicable, los guerrilleros le anunciaron que serían liberados el 6 de abril de 2006. Unas noches antes, sus secuestradores organizaron una fiesta de despedida.
A Colastra todavía le asombra cómo a través de la selva llegaban plantas eléctricas, bocinas, luces y comida. “Yo siempre mantuve mi discurso: que no era millonario y que estábamos haciendo una labor social en Jaqué. Ellos comprobaron toda la información que suministramos y, bueno, decidieron liberarnos. En medio de las montañas hicieron una fiesta de despedida y las guerrilleras nos sacaron a bailar. En ese instante, ya yo era parte del realismo mágico que plasma Gabriel García Márquez en sus obras”, subrayó el español, quien remarcó que no pagaron dinero alguno por su liberación.
Desde México, donde tiene su residencia ahora, el médico recuerda aquel 6 de abril de 2006, cuando caminaron durante varias horas entre la jungla hasta llegar a una playa, en la que fueron dejados en libertad. Allí llegó una lancha con personas desconocidas —que presume eran pescadores—, que los dejaron del lado de Panamá, a nueve kilómetros de Jaqué.
Los hombres armados les dejaron un mensaje ese último día que se vieron: “Antes de que subiéramos al bote, todos los guerrilleros nos piden perdón por la tristeza causada. Dos de ellos, entre los que estaba Sapo, me dijeron que no se olvidarían de mí nunca”.
Después de 15 años, José Vicente Colastra reconoce que la selva le dejó la lección de aprender a amar a sus enemigos y de que, por muy mala que parezca una persona, en el fondo hay un corazón y una bondad. Sobre Jaqué, aquel paraíso en medio de la nada, sugiere al Estado que su crecimiento y desarrollo deben ir encaminados a la protección de su flora y fauna, a través del ecoturismo bien planificado.
Su idea sobre este lugar en el corazón de Darién está bastante clara: “Jaqué es un tesoro y un lugar puro. Su gente tiene una capacidad de resistencia impresionante. Ellos son mi familia”.


