Maggie Fitzgerald la tenía difícil. Su columna vertebral sufrió daños irreversibles tras ser derribada, de forma traicionera, durante un combate boxístico y terminó postrada en una cama, incapaz de moverse y conectada a una máquina que respiraba por ella.
Más adelante aparecieron infecciones que provocaron que se le amputara una pierna, y tenía que pasar la mayor parte del día sedada para evitar que siguiera mordiéndose la lengua, en un intento por morir desangrada y acabar con su tragedia.
Todo terminó cuando el atormentado entrenador de Maggie, Frankie Dunn, decidió asistirla en su suicidio. Una noche se infiltró en el hospital, la sedó y la desconectó del respirador. Fin de la agonía.
Esa es el historia que cuenta Million Dollar Baby (2004), del director Clint Eastwood, sobresaliente drama ganador de cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película.
Es ficción, pero que parece real al abordar un tema como la eutanasia, controvertido; un tabú entre las sociedades conservadoras.
DISYUNTIVA
¿Hasta qué punto se debe dilatar el sufrimiento de un enfermo desahuciado? La interrogante ha sido la causa de un debate mundial.
Hace unas semanas la discusión se centró en Argentina, donde el Senado aprobó una ley de “muerte digna” que establece las normas para que pacientes y sus familiares decidan rechazar los tratamientos cuando terminen las expectativas de mejoría real.
Las autoridades religiosas rechazaron la medida al afirmar que promueve la “eutanasia pasiva”, aquella en la que se renuncia a cualquier esfuerzo para extender la vida de una persona.
El caso de Camila, una bebé de dos años en estado vegetativo desde el día que llegó al mundo, ya traía encendido el debate en Argentina desde 2011. La niña nació muerta, pero fue reanimada, su corazón reaccionó y se la conectó a un respirador artificial, detallaron distintos diarios de la localidad. Desde entonces no ha registrado más signos vitales.
Selva Herbon, madre de la criatura, describió a la agencia EFE el “calvario” que vive: Camila no llora, no traga, no se mueve; su situación es irreversible, según dijeron los doctores, y el gasto diario para mantener la delgada línea de vida promedia los 360 dólares.
Por eso Herbon no vacila, prefiere “una muerte digna” para Camila.
CULEBRÓN
A mediados de marzo se destapó el escándalo vinculado con muertes asistidas que más atención mediática ha recibido en los recientes años, cuando las autoridades en Uruguay informaron que los enfermeros Marcelo Pereira y Juan Ariel Acevedo mataron a 16 pacientes en dos hospitales de Montevideo, empleando métodos de eutanasia.
Pereira y Acevedo calificaron su conducta como actos “piadosos”, que buscaban acabar con el dolor de los enfermos. Dijeron que perdieron la cuenta de las veces que lo habían hecho.
Se informó que se estaban investigando unos 200 casos que podrían estar relacionados con las acciones de los enfermeros, que trabajaban en distintos hospitales y sin un aparente vínculo.
En sociedades más progresistas como Suiza, Holanda, Bélgica y Japón, la eutanasia o suicidio asistido es permitido bajo circunstancias específicas.
El año pasado, por ejemplo, el multimillonario hotelero británico Peter Smedley se trasladó hasta una clínica en Suiza para tener un suicidio asistido.
A Smedley, de 71 y que padecía de una enfermedad de las motoneuronas, le fue suministrado una dosis letal de barbitúricos y tuvo “la muerte digna” que deseaba.
Todo se grabó en el documental Choosing to Die (Eligiendo morir) que fue transmitido por la BBC, no sin generar una marejada de críticas antes, durante y luego de la emisión.
“Creo que ha llegado el momento...”, dijo Smedley cuando los médicos le preguntaron si estaba seguro.
Maggie, la de la película, también decía que, en su condición, no le importaba morir.
En América, Colombia y el estado de Oregon, en Estados Unidos, permiten la eutanasia, mientras que en otros países, el paciente o sus familiares pueden optar por no recibir los tratamientos médicos para no extender el sufrimiento.
En Panamá, la Ley 68 de 2003, en su artículo 32, prohíbe expresamente cualquier forma de eutanasia, resalta el doctor Aníbal Villa-Real, director del Instituto Oncológico Nacional.
En caso de una enfermedad o accidente con lesiones irreversibles, el artículo 22 indica que el paciente podrá oponerse a los tratamientos propuestos y, en caso de no poder manifestarlo, los familiares deberán solicitar ese deseo ante un juez.
El Diccionario de la lengua española define eutanasia como “la acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”. Otra acepción dice: “muerte sin sufrimiento físico”.
Es la definición contemporánea de una palabra que viene del griego y que etimológicamente significa “buena muerte”, recoge un texto de monografias.com.
El artículo añade que el filósofo y escritor Séneca fue un defensor de la eutanasia al escribir: “No se debe ni querer demasiado la vida ni odiarla demasiado, sino buscar un término medio y ponerle fin cuando la razón lo aconseje. No se trata de huir de la vida, sino de saber dejarla”.
En el presente, el filósofo y escritor Fernando Savater ha dicho al respecto que: “No somos esclavos ni reos de la vida, y si verdaderamente hay un momento en que la vida solo ofrece horrores y limitación, debe existir una posibilidad de que una persona no sea mantenida artificialmente en vida”.
