La activista ambiental sueca Greta Thunberg cuestionó a la veintiseisava Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP26 (por sus siglas en inglés), como un ejercicio diplomático inútil e insuficiente para enfrentar el desafío ecológico más importante de la actualidad.
La COP26, celebrada en Glasgow, Escocia, desde el pasado 1 de noviembre y que concluyó ayer, alcanzó importantes hitos en materia ambiental: los países del mundo se comprometieron a reducir en un 30% la contaminación por metano para el año 2030. El metano es el gas de efecto invernadero más peligroso, porque tiene un impacto 25 veces mayor que el CO2.
Otro importantísimo logro de la COP26 es el compromiso mundial para acabar con la deforestación para el final de está década. La sorprendente promesa de la delegación brasileña, cuyo presidente no asistió a la COP26, de que ese país terminaría con la deforestación del Amazonas, contribuyó a darle contenido a esta importante meta ambiental.
El enigma del financiamiento climático
El objetivo principal de la COP26 era consolidar los compromisos financieros de los países desarrollados para combatir el cambio climático. Una década antes, la meta era efectuar aportes por 100 mil millones de dólares al año. Eso nunca fue realidad, ni de lejos. Sin financiamiento climático, muchos países debieron buscar sus limitados recursos para enfrentar el cambio climático. Esto no ha sido suficiente y las víctimas de las afectaciones se cuentan por millones en todo el mundo; los daños económicos producidos por el cambio climático superan los cientos de miles de millones de dólares en todo el planeta, cada año.
Si los gobiernos del mundo se vieron limitados en sus ofertas económicas y otros compromisos ambientales, la empresa privada ofreció un poderoso contraste a la frugalidad de los presupuestos estatales. Los grandes fondos de inversión y bancos comerciales presentes en la COP 26 ofrecieron el equivalente a 13 billones (millones de millones) de dólares para inversiones climáticas en las próximas décadas, focalizadas en alcanzar la gran meta de la carbono neutralidad para el año 2050.
Sin gobernanza no hay paraíso
Las promesas y compromisos públicos y privados en la COP26 apenas servirían para reducir en un 10% las emisiones globales de gases de efecto invernadero para 2030. La meta que se requiere es de un 50% para ese año. Con la finalidad de acelerar la transición de la descarbonización de las economías del mundo, se necesita reducir significativamente el consumo de combustibles fósiles y disminuir las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero emitidos por: procesos industriales, el sector de la construcción y hasta en la ganadería vacuna. Eso no se va a lograr si todos los países siguen sin alinearse para la misma meta, y el financiamiento para la transición siga escaso y con unas reglas de acceso muy complicadas para los países menos desarrollados.
El cambio climático es el resultado de un proceso histórico de acumulación de gases de efecto invernadero producto del crecimiento económico de los países más desarrollados. Según Rodhium Group, desde 1850 hasta la fecha, Estados Unidos ha emitido al menos 509 mil millones de toneladas de CO2 equivalente y, para el mismo periodo, China había emitido al menos 284 mil millones de toneladas de CO2 equivalente. Actualmente, China emite unas 2.8 mil millones de toneladas de CO2 equivalente al año y, por su parte, Estados Unidos unas 1.45 mil millones de toneladas.
Justo antes de que iniciara la COP26, se celebró en Roma, Italia, la Cumbre del G-20, en realidad G-17 porque China, Rusia y Arabia Saudita evitaron participar. En esa Cumbre de Roma se aprobó el establecimiento de un impuesto global de 15% para todas las empresas multinacionales con ingresos de al menos mil millones de dólares anuales. Algo similar se necesita para el CO2 y los otros gases de efecto invernadero.
En ese escenario, con un precio sugerido por el Fondo Monetario Internacional de 75 dólares por tonelada de CO2 equivalente, China tendría que pagar unos 210 mil millones de dólares al año y Estados Unidos casi 109 mil millones de dólares. Con este dinero y el de los otros países contaminantes se podría establecer un fondo para reforestar el mundo, acelerar la adopción de tecnologías limpias y fortalecer la resiliencia de las comunidades más vulnerables del planeta. Eso es un sueño climático que requeriría mucha más responsabilidad de las grandes potencias del mundo y de una autoridad central similar a la Organización Mundial de Comercio para hacerlo cumplir. Nada de esto se discutió en la COP26.
En una de las protestas que lideró, durante la COP26, la activista Greta Thunberg le dijo a la muchedumbre: “No es un secreto que la COP26 es un fracaso. Debería ser obvio que no podemos resolver una crisis con los mismos métodos que nos llevaron a ella en primer lugar”, según reportó BBC News Mundo.
Cuando los activistas sugieren que se podría hacer mucho más, no significa que lo logrado en la COP26 no sea muy importante. El reclamo de los jóvenes, los científicos, e incluso de algunos empresarios del mundo, es que queda muy poco tiempo para evitar que el cambio climático se convierta en la catástrofe civilizatoria que altere la historia humana y sacrifique la vida de millones de especies de seres vivientes, en el altar de la religión del crecimiento económico, cueste lo que cueste.
