EXPLORACIÓN. NATIONAL GEOGRAPHIC VUELVE A LA FOSA DE LAS MARIANAS

El regreso al abismo

El pasado 25 de marzo, agencias de noticias, informativos y sitios de internet reseñaron como “hazaña” el descenso del director de cine y explorador James Cameron al punto más profundo de la Tierra.

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El regreso al abismo

Ese día, tras seis horas y media, el cineasta se convirtió en el primer ser humano en completar el descenso a la fosa de las Marianas en solitario.

“Es un mundo alienígena”, dijo Cameron sobre lo que halló: una oscura soledad de otro planeta y criaturas extrañas que no tienen ojos.

El descenso, patrocinado por la National Geographic Society, lo hizo a bordo del pequeño submarino Deepsea Challenger.

Pero detrás del mediático descenso del director de Titanic y Avatar, realizado con toda una tropa de científicos, productores y tecnología de punta, está la historia de una hazaña ocurrida hace 52 años.

MISTERIO PROFUNDO

La historia del abismo se remonta a 1872, cuando la tripulación del navío británico HMS Challenger fue encargada de trazar el primer “mapa” del fondo oceánico.

Fueron cuatro años de navegar por todos los océanos del mundo, armados de 400 kilómetros de cuerda y pesos de plomo.

Existía hasta entonces la noción de que el fondo del océano era plano y no demasiado profundo.

A 400 kilómetros de la isla de Guam, en el Pacífico, un marino lanzó el peso al agua, atado a una cuerda. Pero el peso seguía bajando. Tuvo que añadir cuerda hasta que el plomo se detuvo a la increíble profundidad de 7 mil 200 metros. Pasaría casi un siglo antes de confirmarse el perturbador hallazgo.

En 1951, un barco de la marina inglesa regresó a la fosa. Esta vez venían armados con el sonar, el invento que permitió detectar submarinos durante la guerra y ahora se usaba para explorar el fondo del mar.

En las islas Marianas, los exploradores descubrieron que la fosa era parte de un enorme cañón submarino de 24 mil kilómetros de extensión. En el extremo sur de la fosa, el sonar captó un punto a casi 11 mil metros de profundidad.

En honor a los descubridores de la fosa, se decidió llamar a ese punto, el abismo Challenger.

Pero alguien iba a tener que ir a mirar.

VIAJE SECRETO

En 1953, el científico suizo Auguste Piccard diseñó el batiscafo Trieste, un vehículo pionero que podía soportar las extremas presiones de esas profundidades.

Después de siete años de pruebas, el Trieste estaba listo para bajar al sótano del mundo.

El descenso se programó como un proyecto casi secreto de la marina de Estados Unidos. Pocos oficiales lo conocían, pues la marina no quería publicidad negativa si algo salía mal, en plena guerra fría.

Se comisionó al capitán estadounidense Don Walsh y al ingeniero Jaquecs Piccard, el hijo del constructor del Trieste, para hacer el descenso.

El 23 de enero de 1960, comprimidos en una mínima cabina de tres metros de diámetro, los dos hombres iniciaron el incierto viaje.

Unas dos horas después, a más de 6 mil metros de profundidad, sintieron un estallido. “La lámina exterior de la ventana se agrietó”, contó Walsh a The History Channel. Tuvieron que detenerse y hacer revisiones antes de seguir, confiando en que la presión de 10 atmósferas no rompiera del todo la pequeña ventana y los aplastara sin remedio.

Cuatro horas y 48 minutos después de su inmersión, se aproximaron al fondo de la fosa y con la ayuda de los poderosos reflectores del Trieste vieron peces planos en aquella oscuridad total. No lo podían creer.

Al posarse en el fondo oceánico, el Trieste levantó una nube de arena que bloqueó la visibilidad. Decidieron regresar. El viaje de ida y vuelta duró nueve horas.

Fue la primera vez que el ser humano llegó tan hondo. La hazaña fue pronto opacada por la naciente carrera espacial.

Piccard murió en 2008, mientras que el octogenario Don Walsh ha colaborado en el proyecto de Cameron y National Geographic.

Apenas a unos ocho kilómetros de las costas del sur de la península de Azuero, el fondo marino se precipita en una pendiente abrupta que cae hasta unos 3 mil 500 metros de profundidad. Es una región geológica conocida como el Gran Cañón de Azuero. La zona tiene importancia para la investigación geológica, que permita comprender mejor la sismicidad del país y la región.

Pero en la zona exterior del golfo de Panamá, y ya más cerca de las costas de Darién, se hallan profundidades de 3 mil 700 metros y hasta 4 mil metros, verdaderos “abismos”.

A comienzos del pasado mes de marzo, una misión científica panameña descendió a profundidades de 400 metros en el banco Hannibal, cerca de la isla de Coiba, a bordo del submarino DeepSee. Pero la mayoría de las profundidades panameñas sigue sin explorarse.

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