Un rincón de la panameñidad

Apenas si se percibe la presencia de aquella oficina llena de historia patria. Es un pequeño apartamento en la planta baja del Hispania, un edificio de hace casi 100 años frente al parque Urracá. Allí, a unos pasos del mar, Ricardo Joaquín Alfaro hizo de su vida una de las más influyentes en la política panameña e, incluso, en la política internacional.

A comienzos de 2000, Iván Alfaro Lyons, hijo de quien fuese presidente del país, creó el museo en honor a su padre y su figura. Es un lugar de unos 150 metros cuadrados en el que está todo el legado de este político.

Administrado ahora por el nieto de Alfaro, quien se llama Iván, como su padre, con lo primero que uno se encuentra es con el traje que usaban los diplomáticos durante las primeras décadas de la república. Era un chaleco cuyos botones tenían dibujada la bandera, además de un gorro tipo mosquetero y unas botas. También llevaban una espada. Al lado, una vitrina con todas las condecoraciones de Alfaro y a la derecha una toga de cuando fue magistrado en la Corte Internacional de Justicia y un cuadro en el que aparece la puerta de tierra del Casco Antiguo, la única entrada y salida que existía para quienes vivían en el arrabal, para los pobres, en otras palabras.

En el cuarto contiguo, el escritorio de Alfaro, tal y como lo dejó, con pisapapeles, sellos y unos cartapacios en los que guardaba sus documentos y cuentas. Alrededor, su biblioteca personal, que está abierta al público para consultas. En la habitación también están las fotos autografiadas de al menos una decena de presidentes estadounidenses y unas cuantas fotos suyas. Entre ellas, una donde aparece en el pleno de la Organización de Naciones Unidas, organismo en el que representó a Panamá y en el que incluso colaboró con la comisión que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El cuarto también contiene fotos de sus antepasados -que vinieron de Venezuela después de pelear junto a Simón Bolívar- y una copa rota que le dieron cuando estuvo en Colombia durante el Bogotazo. También hay fotos de María Ossa de Amador, cliente suya, y su diploma de abogado de la Universidad de Panamá. Se graduó en 1918, en la primera clase graduada por la casa de estudios más importante del país.

El pasillo que sigue en el recorrido tiene varias condecoraciones, entre ellas las que le otorgaron la corona española, la corona inglesa y el régimen del italiano Benito Mussolini. También contiene una fotografía gigante de Alfaro con su esposa, Amelia Lyons, sentados en su apartamento en el Casco Antiguo, donde vivió y ejerció por muchos años antes de mudarse a las afueras de la ciudad, hoy Bella Vista.

Y es en ese pasillo donde se guarda el tesoro más importante del museo: el archivo. Un cuarto acondicionado para proteger 140 mil documentos, clasificados por año y por tema, que cuentan la historia de un país desde la óptica de, quizás, el abogado más importante de esta nación. Aunque no se sepa.

“Yo creo que en Panamá hay un olvido hacia nuestra historia, mucho más hacia lo que sucedió antes de los militares, que implantaron la noción de que todo lo que ocurrió antes de ellos no servía. Y no fue así. Mi abuelo es prueba de ello”, dice Iván Alfaro hijo, emocionado después de volver a contar la historia por enésima vez en aquella pequeña oficina bellavistina.