Carmen Saucedo saluda desde el fondo del pasillo largo y oscuro que cruza su casa. Está sentada en una poltrona y viste una bata blanca. Lleva puestos sus anteojos para no perderse ningún detalle del noticiero que mira por la televisión. En su memoria habita La Villa de Los Santos entera.
Saucedo es una mujer nonagenaria. A veces se queda en el aire, como rebuscando algún recuerdo, pero a los segundos lo encuentra y lo narra como quien habla de algo que hizo hace apenas unos días. Se ríe, gesticula, se divierte con sus anécdotas.
Cuenta que el pueblo ya no es como antes. Que poco a poco se han perdido varias tradiciones y que, por el contrario, han aparecido muchas que son nuevas. Como en las celebraciones del Corpus Christi, una fiesta de importancia vital en La Villa.
“Antes era la montezuma, el gran diablo, los diablicos, los parrampanes y las mojigangas. No sé de dónde salió tanta cosa: la danza de los gallotes, el chivo, los enanitos. Yo me admiré cuando vi a los enanitos, porque nunca había visto eso. Me preguntaba cómo se vestirían para estar tan chiquitos”, dice Saucedo en un gesto entre sonrisa y refunfuño.
Ella también forma parte importante del pueblo. Primero se encargó de hacer frituras para los desayunos, pero con los años dejó el aceite y tomó la harina. Comenzó una carrera de repostería en la que sus dulces eran codiciados, cuenta ella misma. Había postres que hacía que se acababan ni bien los sacaba del horno.
Amasando también construyó una vida. Fue con ese dinero que pudo enviar a sus hijos a estudiar donde quisiera, incluso al exterior. Cuando habla al respecto, los ojos le brillan. Esos recuerdos no son tan difíciles de hallar. Están a flor de piel.

Incluye entre sus historias la receta de sus claritas. Explica cómo colocar el pan, cómo endulzarlo. Dice que no se le debe echar miel, porque después el postre queda acuoso.
“La Villa siempre fue un lugar bonito”, asegura, y recuerda los pilares de horquetas. Añade que el pueblo sigue enamorándola, aunque ya no conoce a todos sus vecinos. Han llegado gente de otros pueblos y de otros países, y ella, sentada desde su poltrona, no los ha llegado a conocer.
Saucedo menciona nombres y anécdotas. De fulano, que se casó con mengana y se fue para otro país; de mengana, que despreció a perencejo para irse con otro a la ciudad. Y siguen los cuentos, las anécdotas, los recuerdos.
Y vuelve y habla sobre el Corpus. Es su fiesta favorita. Recuerda cuando salía con sus nietos por las calles de La Villa a coger al torito luego de que cabalgara un caballo que anunciaba el comienzo de la pintoresca persecución.
Por la vereda del frente de su casa pasan los vecinos. La mayoría la saluda y ella les devuelve el gesto. De repente entra un grupo de mujeres. Una del pueblo y las otras con pinta anglosajona. Vienen a hablar de Cristo, pero, como todas las conversaciones con Saucedo, quedan hablando de zutano, mengano y perencejo.
Para conocer más sobre Saucedo y La Villa de Los Santos como protagonista de noviembre, acceda a www.prensa.com/historias-de-mi-pueblo.

