ALBERTO SALCEDO RAMOS

La voz del cronista

La voz del cronista
Ha publicado seis libros, entre ellos, ‘El oro y la oscuridad’, acerca de Pambelé, el boxeador colombiano más grande de su historia. Cortesía

En la mañana del lunes pasado hubo un silencio de horas en la redacción de La Prensa. Salvo cuatro o cinco centinelas que les montaban guardia a las noticias, los demás periodistas parecían hipnotizados en un salón del periódico.

Y no es que estuvieran maquinando la agenda informativa de la semana unos días antes de la inauguración del Canal ampliado; o en la búsqueda de un ángulo diferente al conflicto de Oriente Medio; o en estado de análisis por el momento político actual.

Nada de eso. El pasado lunes, desde las 10:00 a.m. hasta después del medio día, varios de los reporteros, editores, subdirectores, el defensor del lector, correctores e integrantes de los suplementos del diario, en total 27 personas, seguían a un barranquillero que se gana el sustento echando cuentos. Cuentos escritos.

El cronista Alberto Salcedo Ramos se sentó a la cabecera de la mesa del salón de juntas de La Prensa. Ahí mismo, en las sillas ocupadas por presidentes de la República y reinas de belleza, candidatos políticos y hombres próximos a encajarse tras las rejas, millonarios y olvidados; figuras temporales sobre quienes las preguntas suelen rebasar el número de sus respuestas.

La voz del cronista
Ha publicado seis libros, entre ellos, ‘El oro y la oscuridad’, acerca de Pambelé, el boxeador colombiano más grande de su historia. Cortesía

Fue diferente con Salcedo Ramos. Al menos, excepcional. El cronista hablaba y todos asentían con ese fulgor de algunas mujeres cuando ven un anillo. El cronista, que se salvó de fajarse una tarde con Pambelé, que pide un café cuando nadie se lo ofrece, con sus palabras llenó de mansedumbre a un público de estirpe indoblegable.

Reportero de calle y de monte, con la camisa bien planchada aunque por fuera, tiene la gracia de los narradores de raza, puros, con sus voces incapaces de lanzar teorías, pero sí de ir articulando sucesos con hechos y personajes. Sus experiencias imposibles terminan por convertirse en un solo episodio. Saben cómo echar un cuento.

YO ESTABA EN LA BARRIGA DE UNA BALLENA

Empezó refiriéndose al valor de la crónica como género del periodismo y destacó dos de sus instrumentos necesarios: el dato y la forma.

Vindicó la consecución de cifras y de información a través de fuentes diversas para construir una nota periodística, como sucede con Gerardo Reyes, halcón del periodismo investigativo y ganador, entre otros premios, del Pulitzer y del Ortega y Gasset.

Y se refirió al talento del estilo y recordó la crónica de García Márquez sobre el triángulo Clinton–Lewinski. “En una parte se refiere al caso de Jonás y dice que eso sería imposible hoy, porque si uno llega a la casa tres días después de estar perdido y le dice a la mujer: ‘Mira, es que estaba metido en la barriga de una ballena…’, no joda, lo asesinan. Pues ese es el don de García: hacer del absurdo algo habitual”.

Contó la experiencia de El Salado, un pueblito de Colombia donde ocurrió la mayor masacre paramilitar de ese país, con 66 personas muertas. La idea de esa crónica surgió años después de la matanza, con un reportaje que El Tiempo publicó titulado “Seño Mayito”, sobre una niña de 11 años que regresó con otros 100 sobrevivientes a El Salado para volver a fundar su propio pueblo.

“Había 38 niños sin profesores, porque les daban miedo los paramilitares. La niña de las que les hablo asumió la función de profesora de otros niños como ella. Y allá en Colombia le dieron despliegue noticioso y así nació‘Seño Mayito’. En 2009 fui a visitar el pueblo y me encontré a la Seño Mayito y era una mujer descalza, con hambre y derrotada, y ahí caí en la cuenta de que tenía una historia. Había que contarla porque el olvido es otra forma de crimen y los periodistas fomentamos ese crimen cuando dejamos pasar las infamias”.

LA CAJERA TIRA UN CENTRO

Citó el reportaje del argentino Osvaldo Soriano con José San Filippo, goleador de San Lorenzo de Almagro en la década de 1960. Un delantero idolatrado en las canchas, pero detestado fuera de ellas. Soriano convenció a San Filipo de visitar el estadio donde metió sus mejores goles, en particular uno que marcó la niñez del escritor. Llegaron al lugar, pero resulta que se toparon con un Carrefour, una especie de PriceSmart tres veces más grande.

“Entraron al almacén ese, inmenso, y empezaron a emocionarse los dos, y Soriano preguntó por el gol aquel. San Filippo comenzó a narrar su gol y dijo que allá en tal caja registradora empezó la jugada y que él recibió el balón y lo paró de pecho ahí, detrás de esas cajas. Relató su avance por las carretillas y simuló el disparo al arco hacia las canastas de frutas, en un momento en el que clientes y empleados estaban paralizados en el Carrefour, electrizados con la historia de un gol en una cancha que dejó de existir y que era francamente hermosa”.

Alguien quiso saber si eran válidas las ficciones en el periodismo. Salcedo Ramos las tildó de innecesarias en el fondo y muy útiles en la forma. “La realidad escribe mejor que nosotros mismos. ¿Entonces para qué inventar?”, inquirió, no sin antes ejemplificar con el caso de una perra colombiana y su olfato infalible para detectar explosivos y alcaloides.

“Es tan certera, que tiene otros perros que la cuidan y guardaespaldas que la protegen las 24 horas, porque los narcos la tienen en la mira. ¿Dónde más puede suceder que a una mascota la escoltan?”. Nadie contestó, pero es probable que varios presentes se acordaran del Yorshire propiedad de una exviceministra panameña.

ESE ESTRUENDO ES EL DOLOR

Instó a los periodistas a ponerse a trabajar del lado de la curiosidad, para cumplir con la meta de la crónica de hacer visible lo invisible. Poner en el centro aquello que ronda la periferia. Otra vez recurrió a su hemeroteca arqueológica y extrajo el testimonio del fotógrafo que captó la imagen del hombre cayendo como un misil en medio de las torres gemelas.

El camarógrafo iba en el metro y escuchó un estruendo y decidió bajarse en la siguiente parada. En la calle disparó su cámara análoga y captó sin saberlo la secuencia de 12 fotos de un hombre que antes de tocar al suelo se queda sin zapatos y sin ropa por la fuerza de la gravedad, y que ya no es un hombre que cae, sino un ser partiendo hacia un lugar desconocido.

Pasaban los minutos, y anestesiados todos en el salón sabían que llegaba la hora de despedir al invitado. Pero Salcedo Ramos, como buen cronista, supo cerrar con un campanazo sus relatos y sus impudicias divinas. Les ordenó a los periodistas: “Hay que buscar historias”.

Nadie aplaudió ni pidió la firma de un libro suyo. Algunos se tomaron fotos con el maestro, quien aprovechó para preguntar dónde podía comerse un arroz con guandú.

“En la calle”, respondió alguien. Para allá voy, dijo el cronista, que unas horas más tarde recorría El Chorrillo, quién sabe si en busca del platillo o a la caza de alguna historia de la periferia digna de llegar al centro de las noticias.


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