En los últimos días de la semana que acaba de concluir, el senado argentino sin previo conocimiento por parte de la opinión pública, por práctica unanimidad y sin el menor debate interno, aprobó una ley (que ahora deberá ser considerada por la Cámara de Diputados), que reduce la mayoría de edad a todos los efectos, con excepción de los previsionales, de los 21 años actuales a los 18 años. Esta ley, vigente prácticamente en toda América Latina y el resto del mundo desde hace mucho tiempo, constituye una buena oportunidad para reflexionar sobre algunos problemas graves que nos aquejan como sociedad. En primer lugar, su aprobación más que tardía en el contexto regional es un indicador de que buena parte de la "diversidad" argentina hoy, se configura por el hecho de derribar puertas largamente abiertas de par en par en casa de nuestros vecinos. En segundo lugar, es bastante probable que una ley cuya aprobación debería ser de mero trámite ordinario, provoque en su próximo recorrido parlamentario, críticas y resistencias difíciles de entender para extranjeros u observadores ingenuos de nuestra realidad.
Esta ley, que viene a corregir situaciones propias del mejor teatro del absurdo (por ejemplo, un ex combatiente de la guerra de las Malvinas, que abrumado por la secuelas del conflicto necesita la compañía y autorización de la mamá para tramitar un pasaporte que le permita un tratamiento médico en el exterior), reavivará, si no me equivoco, en forma directa o indirecta el debate sobre uno de los mayores fantasmas que nos aquejan como sociedad: la responsabilidad.
Unas pocas entrevistas a jóvenes, publicadas junto a la noticia de aprobación de la ley, por parte del diario de mayor circulación nacional, preanuncian el tipo de debate que se avecina. Mientras todavía no se conocen pronunciamientos negativos de especialistas en la materia, llama poderosamente la atención que de los seis casos de jóvenes entrevistados, solo uno se pronuncie claramente a favor del contenido de la nueva propuesta. En el resto de los casos, las negativas al contenido de la ley se distribuyen "democráticamente" entre argumentos relativos a la falta de pertinencia y prioridad de la iniciativa, hasta de rechazo abierto a la asunción de responsabilidades para las que no se sienten preparados.
Indagar, aquí y en otras partes, más en profundidad sobre algunas razones que permitan entender este síndrome argentino de Peter Pan (el niño que no quería crecer), tal vez sea doloroso, pero seguramente será útil para conocernos un poco mejor.
Un observador desprevenido podría apresuradamente concluir que esta reacción de los jóvenes constituye un claro indicador de una actitud socialmente tolerante y favorable hacia ellos. Craso error. Para muestra, aunque no sobre, va un botón.
La Argentina es el país más brutalmente represivo de América Latina en materia de tratamiento penal a sus jóvenes. No solo porque posee la imputabilidad penal plena a los 16 años, sino porque la misma se encuentra además vergonzantemente disfrazada con un discurso "protectivo-tutelar", que no alcanza, sin embargo, para disimular las 12 sentencias de reclusión perpetua a menores de edad, fenómeno único en la región. Todo esto hipócritamente acompañado de un discurso "progresista" que se resiste a la construcción de un sistema de responsabilidad penal juvenil, en los términos que hay en prácticamente todos los países de la región. Si bien este problema con la responsabilidad hunde sus raíces en nuestra tortuosa relación histórica con la ley, la monstruosa represión ilegal desatada por la dictadura militar (1976-1983) dejó secuelas indelebles en las posibilidades de articular un discurso serio y transparente sobre la represión legal presente en todo sistema democrático. Ningún problema entonces para interpelar a nuestros jóvenes como enfermos o como locos y si es necesario neutralizarlos de cualquier forma. Mil problemas para interpelarlos como sujetos responsables. La calidad del debate parlamentario y los tiempos que insuma su aprobación, serán más útiles que mil radiografías para saber quiénes somos realmente.
