Conforme continúa la insurgencia iraquí, el gobierno de Bush ha adoptado la estrategia de reducir las expectativas públicas de una victoria decisiva en Irak mientras presiona para una solución política con el objetivo de poner fin a los combates.
El objetivo del gobierno es superar la impaciencia pública al hablar de lapsos más prolongados para el compromiso estadounidense y para los disturbios continuos en Irak, así como definiciones más modestas de lo que constituye la victoria.
Antes de la invasión de marzo de 2003, funcionarios estadounidenses pronosticaron que las tropas estadounidenses serían recibidas como libertadoras y que el ingreso por el petróleo iraquí pagaría el costo de la reconstrucción. El presidente Bush pronosticó que un nuevo régimen en Irak serviría como un ejemplo dramático e inspirador de libertad para otros países de la región.
Nadie anticipó que las tropas estadounidenses estarían allá trabajando dos años después para sofocar una insurgencia de quizás algo así como unos 26 mil extremistas y simpatizantes. Es probable que la palabra insurgentes no se haya mencionado en los planes estadounidenses de guerra. Ahora, los acontecimientos han obligado al gobierno a reestructurar su mensaje sobre lo que constituye el éxito a la luz de la violencia incesante, el aumento en las bajas, la caída en el apoyo público y costos que suben rápidamente para los contribuyentes estadounidenses.
El gobierno está enviando la señal de que en cualquier momento que las tropas estadounidenses salgan, es posible que Irak se parezca a Colombia y el norte de Irlanda, países que hacen su vida pero sacudidos por insurgencias que llevan décadas.
"El éxito de la coalición no debería definirse como la tranquilidad interna en Irak", dijo el secretario de la Defensa Donald Rumsfeld el 27 de junio. "Otras democracias han tenido que lidiar con el terrorismo y las insurgencias durante varios años, pero han podido funcionar y finalmente triunfar".
"A los países les puede ir bien (con insurgencias en curso)", agregó Rumsfeld. "Pueden continuar y tener elecciones y hacer sus cosas, y sus economías pueden crecer y puede haber una insurgencia de bajo nivel".
El catedrático Richard Vatz de la Universidad Towson (Maryland), especializado en el estudio de la retórica política, dice que los comentarios de Rumsfeld están dirigidos a preparar a los estadounidenses para la idea algo contradictoria de que la victoria no es incompatible con una insurgencia.
Michael O'Hanlon, experto en asuntos militares de la Brookings Institution de esta ciudad, señala el énfasis estadounidense en el entrenamiento de los iraquíes para que se hagan cargo de sí mismos.
"Lo que dijo Rumsfeld es prueba de que la estrategia del retiro se ha convertido en ayudar a los iraquíes a ganar la guerra por sí mismos en lugar de ganarla por ellos", dijo O'Hanlon. La reevaluación gubernamental se produce cuando las encuestas de opinión muestran un apoyo público a la guerra que está languideciendo. Una encuesta del Pew Research Center dada a conocer en junio concluye que el 46% de los encuestados estuvo a favor del retiro inmediato de Irak, arriba del 36% de octubre. En forma parecida, una encuesta de PrensaAsociada e Ipsos del mismo período encontró que sólo el 41% de los encuestados apoya la forma en la que el gobierno ha conducido la guerra.
Más ominosos, desde la perspectiva de la Casa Blanca, son los signos de vacilación entre los republicanos por lo general confiablemente halconescos. El senador republicano por Carolina del Sur Lindsey Graham dijo a Rumsfeld que "el apoyo en mi estado está cambiando los puntos de vista públicos sobre esto cada día, señor Secretario, más y más como Vietnam".
El vicepresidente Dick Cheney dijo: "No creo que se pueda establecer una cantidad", cuando hace poco se le preguntó que cuántos insurgentes hay. Cuando se le presionó si la cantidad de enemigos anda por los cientos, miles o decenas de miles, Cheney objetó. "Podemos hacer estimaciones pero nadie puede decir una cifra concreta", dijo en CNN.