El problema es que resulta difícil predecir si se trata de un simple museo de la nostalgia o de un pálido anticipo y bizarra muestra de cosas que todavía están por venir. Se abre en estos días en la ciudad de Petersberg, en el estado de Kentucky, Estados Unidos, el primer museo dedicado total y específicamente al creacionismo. Como no podía ser otro, el lema bajo el cual se ingresa al museo es "Prepárense para creer" y no cabe duda de que la preparación es realmente necesaria. Aceptar en forma literal el relato bíblico del Génesis, según la cual la tierra fue creada en seis días hace 6,000 millones de años, exige ignorar algunas "pequeñas" evidencias que parecían hace mucho tiempo incorporadas al patrimonio de la humanidad. Claro que se trata de obstáculos menores para una sociedad que en forma creciente adquiere un preocupante perfil teocrático que estimula formas políticamente correctas de fundamentalismo. Por lo menos tres de los candidatos republicanos a la presidencia se han preocupado en estos días de hacer público su rechazo absoluto a las concepciones evolucionistas.
La "fe" requerida en este caso exige, no solo confirmar el riguroso geocentrismo bíblico (la tierra como centro del universo) y abandonar el subversivo y necio heliocentrismo (la tierra gira alrededor del sol) copernicano, sino a ignorar también los centenares de miles de años que necesitó el ritmo biológico de formaciones coralinas, que impúdicamente insisten en manifestarse como una presencia hereje en muchas de nuestras playas. Frente a ello, sobran "pruebas" en este museo para demostrar que la falta de fe en el creacionismo constituye el nada sutil hilo conductor que explica no solo el huracán "Katrina", sino también otros males como el sida y la homosexualidad.
En realidad poco hay de nuevo en una noticia como esta en un país donde un científico de renombre mundial como Stephen Jay Gould debió testimoniar frente a un juez federal en Little Rock, Arkansas, en 1984, para tratar de convencerlo de que todos los estratos geológicos de la tierra no eran sólo la consecuencia de un único diluvio universal.
Pero el éxito comercial de este museo del futuro parece estar plenamente asegurado. Modestas resultan las previsiones de 250,000 visitantes al año en un país donde el 45% de la población está absolutamente convencida de no compartir ningún ancestro con el mono y solo el 26% está dispuesto a condividir con el resto de una humanidad "equivocada", las teorías del evolucionismo darwiniano.
Sin embargo, y pese a todo, los anatemas contra Darwin, fundador de la teoría evolucionista, parecen ser cuidadosamente selectivos. Si por un lado el peligroso enemigo del creacionismo constituye un problema para el desarrollo del fundamentalismo religioso, por el otro, su concepción político-filosófica contenida en el darwinismo social provee argumentos que no conviene desperdiciar en determinadas circunstancias. En las concepciones más puras y fieles a su creador, la pobreza darwiniana está inscripta en los genes, de la misma forma que el delito lo está en las concepciones lombrosianas.
Si delirios como este solo contribuyen al ridículo en el contexto de la política social, también permiten dormir en paz a mucha conciencia "piadosa".
