En ocasiones es mejor no hablar de ciencia, sino de lo que no lo es, pero llega de la mano de científicos tan reputados que tendemos a tomar sus ideas y sus palabras como leyes. Stephen Hawking, uno de los más ilustres físicos de toda la historia, heredero en más un sentido de Newton y de Einstein, ha sido noticia hace unos días por sus predicciones acerca del futuro de la humanidad.
Como reflejaron los periódicos hace poco, Hawking ha alertado acerca de que nuestra especie se enfrenta a una extinción inminente a menos que logre colonizar otros planetas. A tal respecto, el físico más conocido y reconocible hoy –a causa de su tremenda enfermedad– aventuró que habrá asentamientos humanos en la Luna de aquí a medio siglo y viviremos en Marte en 2100 –el plural es enfático porque yo, para entonces, tendré 160 años y es probable que no me consideren apto para el viaje.
Predecir que la especie Homo sapiens se extinguirá no es una profecía; es una trivialidad. Todas las especies se extinguen. Pero afinar el momento en el que eso va a suceder está fuera de nuestro alcance, incluso en términos especulativos.
Hawking toma como indicio el número exagerado de individuos que forma la humanidad actual y el consumo desmedido de recursos en una espiral opuesta a la sostenibilidad. Desde luego que una estrategia así lleva al desastre.
Pero las curvas que describen la relación existente entre la capacidad de carga de un ecosistema y el número de sus pobladores a lo largo del tiempo solo apuntan hacia la extinción como una posibilidad entre varias cuando ese número sobrepasa la disponibilidad de recursos. Pueden llegar epidemias, hambrunas, catástrofes de cualquier tipo que reduzcan de tal manera la población de los seres humanos como para creer que estamos ante el apocalipsis. Pero no es así.
Por mucho que las exigencias éticas y el sentido mismo de la civilización nos obliguen a hacer lo que sea con tal de impedir que pase tal cosa, si llega puede no suponer el final de la humanidad, aunque sí lleve a la ruina de la mayor parte de nuestros valores más queridos.
En ese aspecto somos un ser vivo más entre tantos otros: nos sucederá lo mismo que al resto.
Pero el desafío sería idéntico si Hawking tiene razón. ¿Colonizar Marte? ¿Quiénes y en qué circunstancias? ¿Cómo elegiremos a los afortunados (o no) para escapar al desastre? ¿Serán los políticos de mayor poder? ¿Los ultramillonarios?
Y una vez allí, ¿seguiremos la fórmula de las clases sociales? ¿Quiénes formarán la élite en un mundo de elitistas por definición? ¿Se repetirá la historia y, 10 mil años después, estará nuestra especie buscando otro planeta que agotar?
A lo mejor lo que Hawking quiere es, precisamente, que nos hagamos ahora mismo todas esas preguntas. Y en ese caso tampoco estaríamos hablando de ciencia, pero al menos sí de sentido común.
