CARRERA PRESIDENCIAL.

Género, etnia y religión en Estados Unidos

Género, etnia y religión en Estados Unidos
NOVEDAD. La demócrata Clinton, encarna el género: la posibilidad inédita de una mujer en la Presidencia; su compañero Obama, la posible primicia étnica: un afroamericano en la Casa Blanca.

Difícilmente existen en Estados Unidos tres factores tan socialmente crispantes como género, etnia y religión. Aunque relativamente ocultos tras las apariencias de lo "políticamente correcto", su capacidad de remover emociones y producir divisiones es enorme. Si añadimos las diferencias generacionales, peor.

Y difícilmente se ha producido en su historia un proceso preelectoral en el que esos elementos estén tan claramente representados por aspirantes distintos.

La demócrata Hillary Clinton, encarna el género: la posibilidad inédita de una mujer en la Presidencia; su compañero Barack Obama, la posible primicia étnica: un afroamericano en la Casa Blanca. Entre los republicanos, el superbautista Mike Huckabee y el mormón Mitt Rommney ponen la religión: el primero, a la ofensiva desde la "derecha cristiana"; el segundo, a la defensiva frente a esos y otros prejuicios.

Y si queremos generación, allí están, de mayor a menor, la "silenciosa", con John McCain, veterano de Vietnam; los baby boomers, con Clinton, ex militante de "paz y amor" y la "X" supuestamente postpolítica, representada por Obama.

Para explicar esta realidad, no basta con recordar que estamos ante la primera elección estadounidense, en 80 años, en que no participan ni un presidente ni un vicepresidente, y que esta ausencia de un incumbent dispersa la carrera.

También es muy visible la rápida erosión, casi desplome, en la popularidad del presidente George W. Bush, que elimina un centro de gravedad entre los republicanos.

Todo lo anterior es importante, pero hay más elementos que ameritan profunda reflexión; también, cierta preocupación.

Uno es el avanzado resquebrajamiento de las alianzas o coaliciones que han constituido las bases electorales típicas de los dos grandes partidos.

El aporte de los obreros, sumado a los defensores de los derechos civiles, los marginados sociales, algunos sectores populistas, el respaldo de maquinarias sureñas y el liderazgo de élites liberales, hace tiempo que desapareció como la clave de las mayorías y el mensaje demócratas. El partido se ha convertido en una compleja y mutante coalición de grupos de interés.

Y la tradicional alianza entre conservadores religiosos (apegados a la rigidez social), conservadores económicos (recelosos del gobierno), élites empresariales (apegadas al clima de negocios) neoconservadores políticos (dispuestos a gastar y guerrear para imponerse) y las más prósperas clases medias urbanas, se ha vuelto casi insostenible para los republicanos. Por esto, y por Bush, sus enormes pugnas de hoy.

A la dispersión de esos ejes partidistas se añade una reducción en la importancia, como motivadores electorales, de los temas ideológicos, políticos o programáticos. Y en ausencia de adhesiones e identidades amplias, otras más estrechas, como género, etnia, religión o generación, ocupan el vacío.

Si a lo anterior añadimos la debilidad de las estructuras de partido y la importancia de los medios de comunicación, a menudo necesitados de categorías simples para explicar realidades complejas, se completa el panorama: una verdadera centrífuga electoral.

El gran problema es que las fuentes de identidad política ligadas a patrones genéticos, categorías demográficas o profundas convicciones religiosas, son más estrechas, más rígidas y más excluyentes que las programáticas. Algunas de ellas se llevan por toda la vida y constituyen fuentes propicias para la confrontación, la división o la marginación; casi trincheras.

Todo este panorama presenta un enorme desafío a los aspirantes demócratas y republicanos. Se trata de cómo aprovechar favorablemente su condición de símbolos o abanderados de etnias, sexo, generaciones u orientaciones religiosas para capitalizar esos grupos, pero sin producir heridas tan profundas que pongan en riesgo su aspiración final: la Presidencia.

Y como ser presidente (o presidenta) es apenas el comienzo de lo más difícil, el siguiente gran reto será buscar elementos de unión para paliar esa diversidad exacerbada, en aras del bienestar general y la capacidad de gobernar.

Paradójicamente, el riesgo de recesión en que se debate Estados Unidos podría ser un factor positivo, e inevitable, para estimular políticas de amplio espectro, que rebasen el simplismo de las identidades individuales. Y también podría motivar a que, desde ahora, los electores tomen menos en cuenta el sexo, color, edad o religión de los candidatos, y se fijen, sobre todo, en sus capacidades, solvencia y propuestas políticas.


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