En el país del humor político, donde los humoristas se ríen de todo y de todos y los políticos son chistosos casi por obligación, un hecho resulta llamativo: uno de los dos candidatos a las elecciones del próximo noviembre ha escapado hasta ahora a las bromas más sangrantes.
Son raros los chistes sobre el demócrata Barack Obama, que ha entusiasmado a millones de ciudadanos en Estados Unidos y el resto del mundo. No solo la prensa y la televisión lo tratan con benevolencia. Los humoristas, los temibles humoristas norteamericanos, no han encontrado la fórmula para reírse de él, o no han querido encontrarla.
La última portada del semanario The New Yorker evidencia lo difícil que puede ser practicar la ironía con un político que muchos seguidores han elevado a la categoría de tótem, y que algunos comentaristas comparan, en su tono y actitud, con un predicador con aires mesiánicos.
La portada del exquisito The New Yorker es una caricatura de Obama y su esposa, Michelle, en el despacho Oval de la Casa Blanca.
Ataviado al estilo Bin Laden, el candidato choca el puño con su mujer, que aparece con un peinado afro y un fusil. En la pared cuelga un retrato de Bin Laden y en la chimenea arde la bandera de Estados Unidos.
Es una portada irónica, en la tradición de este semanario neoyorquino fundado en los años 1920 que en sus páginas combina extensos reportajes con decenas de viñetas cómicas. El caricaturista Barry Blitt recoge, con la intención de ridiculizarlos, los infundios que se han lanzado sobre Barack Obama: que es musulmán, que no es un patriota, que su mujer es partidaria del black power o poder negro...
Es posible que lejos de Manhattan, sede del semanario, a algunos se les escape la ironía. La portada sentó mal al candidato y a sus asesores. En todo caso, ha abierto un debate. ¿Es posible reírse de Obama? ¿Por qué tan pocos humoristas se atreven con él?
Jon Stewart, uno de los reyes de la comedia nocturna, se burló recientemente del cambio de posición de Obama respecto a la financiación pública de la campaña. La respuesta del público en el estudio fue tibia. “Podéis reiros, ¿lo sabéis?”, les dijo.
En un artículo publicado esta semana, The New York Times constataba que los pesos pesados de la comedia como Jay Leno o David Letterman se ríen cada noche del candidato republicano, John McCain. Su edad, 71 años, inspira gran parte de los chistes. Obama, en cambio, sale indemne.
“Las dificultades para hacer humor con Obama se explican por otros motivos, como la ausencia de flancos débiles susceptibles de ser ridiculizados, en contra de lo que sucedía con Bill Clinton y su historial mujeriego, Al Gore y su rigidez o George W. Bush y sus torpezas. No es una figura cómica”, dijo al citado diario Mike Barry, un veterano guionista que trabaja para Letterman.
“Hay más. No es cómodo, para unos humoristas blancos cuyo público es mayoritariamente blanco, burlarse de un afroamericano. Hay un extraño racismo inverso”, declaró el humorista Jimmy Kimmel.
El propio Obama es poco dado al chascarrillo. Algunos le acusan de tomarse demasiado en serio. Lo contrario que McCain, proclive a reírse de sí mismo y al chiste políticamente incorrecto.