Cuenta Miguel de Cervantes que una noche, cansado del escrutinio del centenar de libros en la biblioteca de Don Quijote, y sobresaltado por un nuevo delirio del viejo hidalgo, el cura finalmente renuncia a seguir salvando libros de la hoguera y apresura la quema indiscriminada del resto. El incidente le sirve a Cervantes para insinuar que entre los libros condenados hubo algunos que no merecían esa suerte y repetirnos que, una vez más, los justos terminaron pagando por los pecadores.
El recuento viene al caso porque, como alguna vez observara Jorge Luis Borges, "al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías". Esta semana, cuatro siglos después de la publicación del Quijote, el obispo de la Diócesis de San Diego, California, Robert Brown, le dio nueva vida al refrán al pedirles a feligreses y sacerdotes de su congregación que le ayuden a pagar los casi doscientos millones de dólares que se les adeuda a quienes fueron victimados sexualmente por sacerdotes de esa diócesis.
La petición se da después de que en febrero, la diócesis intentó declararse en bancarrota, pero fracasó. Además del considerable número de propiedades que la diócesis posee, se calcula que anualmente recibe unos $165 millones de dólares entre limosnas dominicales y otras donaciones. Además, entre el seguro y otras órdenes e instituciones religiosas afiliadas a la diócesis ya han quedado cubiertos más de $100 millones en indemnizaciones.
Enfrentada a la evidencia, la diócesis cambió de estrategia y optó por emprender una campaña de recaudación de fondos que ha generado una enorme controversia entre los fieles. Para la Iglesia católica es importante que los sacerdotes pongan el ejemplo y que los fieles contribuyan para que se inicie el proceso de reconciliación interna.
En principio los sacerdotes de la diócesis estarían dispuestos a donar un mes de su salario para contribuir al pago. Y hay feligreses que están dispuestos a cooperar para que la diócesis salga del atoro. Pero hay también quienes piensan que en vez de haber negociado un arreglo monetario con las víctimas, la iglesia debió permitir que los sacerdotes pederastas comparecieran ante la justicia y que quienes resultaran culpables fueran a dar a la cárcel.
Otros han dicho que antes de pedirles dinero a los creyentes, la iglesia debería vender algunas de sus propiedades. En otros, evidentemente más radicales, el viejo malestar con la enorme riqueza de la iglesia ha resurgido con fuerza y hay quienes opinan que el asunto debería resolverlo el Vaticano. "Con el importe de una sola pintura (de la colección del Vaticano) se podría pagar toda la compensación", declaró al LA Times una devota.
Lo sorprendente, en todo caso, es que solo se sabe de acusaciones contra curas abusivos en menos de 20 países. En América Latina, por ejemplo, las acusaciones de pederastia contra el clero son escasas y esporádicas en países como Argentina, Brasil, Chile o Colombia. En México, el único caso ampliamente conocido de abuso sexual fue el del poderoso sacerdote Marcial Maciel, fundador de la orden de legionarios de Cristo, a quien en mayo 19 de 2006, el propio papa Benedicto XVI le ordenó dejar su ministerio y retirarse "a una vida de oración y arrepentimiento", aclarando que solo su avanzada edad y su frágil salud le salvaban del juicio en una corte eclesiástica.
¿Será que Estados Unidos y un puñado de países europeos son los más perversos del mundo o será que en las sociedades abiertas no solo los justos terminan pagando por los pecadores?
