Cuenta la fábula que un campesino atrapó un zorro en su gallinero y que, pese a los ruegos del animal y su excusa de que tenía hambre, resolvió darle un severo escarmiento: lo roció de combustible y le prendió fuego. El animal, hecho una tea viviente, huyó despavorido hacia el campo con trigo a a punto de cosechar, y sembrando fuego a su paso arrasó con todo el cereal.
En estos días el fuego hizo presa de las cercanías de París. Jóvenes que viven en la periferia marginada de la ciudad hicieron sentir su furia. Pobreza, desempleo, falta de oportunidades, discriminación racial y religiosa, represión; pueden ser varias las causas, pero a pocos se les ocurrió que también puede ser una de las derivaciones, demorada pero ineludible, de la "política agrícola" de la Unión Europea.
Los barrios periféricos y marginales, los cinturones de miseria en torno a las capitales y grandes ciudades con su carga de violencia, droga, resentimiento y perdición de todo tipo, parecían ser solo patrimonio del Tercer Mundo. En Europa se pensaba que era pasado y quedaba para el recuerdo del neorrealismo italiano o de cuando los campesinos bloqueaban París.
Y efectivamente las favelas están en Río de Janeiro, las "villas miseria" en Buenos Aires, "los cantegriles" en Uruguay, y así, con sus propios nombres y denominaciones, en torno a cada ciudad del Latinoamérica.
¿Y de dónde salió toda esa gente? Su gran mayoría son gente del campo que emigró a la ciudad en busca de algo mejor. El trabajo rural parecería que, como el crimen, no paga. Sus productos valen poco y se los pagan peor. Son difíciles de colocar; la falta de mercados alternativos favorece a los acaparadores.
En Europa y en el mundo desarrollado sabían de ese mal y la forma de evitarlo fue subsidiar la producción agrícola. Esto es, pagarle al campesino lo que sea, sin ningún fundamento económico, para que se quede en su casa y no se venga a la ciudad. El objetivo social se logró y hasta ahora el sistema ha funcionado. Eso sí, lo ha hecho, pero en gran parte a costa de la pobreza y las necesidades de otros campesinos del resto del mundo.
La protección agrícola de los países desarrollados también es, en definitiva, causa de las favelas del resto. Lo nuevo es que ahora esas favelas se trasplantan a las grandes capitales de los "grandes" y no hay política migratoria que las pare. Traspasan fronteras, muros, mares y ríos, en lo que sea y como sea. Hasta se abrazan a fundamentalismos de todo tipo, de los que poco saben ni les interesa, y muchas veces siguen a quienes no deben seguir: el propósito es buscar satisfacción a sus básicas necesidades, y en otros casos es huir del hambre y la miseria.
El tema pasa por ahí, más que por decretar estados de emergencia. Si no lo ven, les puede pasar como al campesino que por proteger sus gallinas perdió todo el trigo.
Toni Blair lo tiene claro: hace unos días reclamó a la UE y a EU reducir los subsidios que deforman el comercio y son causa de la pobreza y la inseguridad.
"En el mundo moderno –dijo el premier británico– no habrá seguridad o prosperidad en casa si no hacemos frente a los desafíos globales de conflicto, terrorismo, comercio, cambio climático y pobreza".
El tema es ese y no otro: que no habrá más tranquilidad en casa.