Una de las cosas que enseñan en las escuelas de negocios de Estados Unidos es cómo las empresas que a principios del siglo XX eran líderes desaparecieron. Ninguna pudo adaptarse a los tiempos. No se reinventaron. Perdieron el tren del cambio.
Es probable que con los países pase algo similar, sobre todo en el mundo de la globalización. Que aquellos que no sepan reinventarse, cambien. Y que en cien años no tengan las mismas fronteras, ni la misma bandera, aunque les quede el recuerdo de sus monumentos, música o gastronomía.
Finlandia es un ejemplo del país que se reinventó. Hace 30 años, en los flancos de la Unión Soviética, carecía de autonomía. Si no recuerdo mal, en su libro La tentación totalitaria, de 1976, Jean-François Revel hablaba de "finlandización", como el caso de un país sin soberanía real y, naturalmente, sin futuro.
Hoy, Finlandia es el número uno en índice de competitividad mundial. De cultivar eucaliptos pasó a exportar tecnología. Su empresa Nokia es la que todos quisieran imitar. (A su máximo directivo le ofrecieron dirigir la Shell). ¿Qué ocurrió allí? Transformaron su educación, se puso el énfasis en la tecnología. Siguen con los eucaliptos, pero ahora no dominan la composición de su Producto Nacional.
Por desgracia, en Perú no se habla nunca de Finlandia. Ni de Irlanda, otro país que en los últimos 20 años se transformó. Históricamente, los irlandeses exportaban emigrantes. Ahora es un tigre céltico; el país modelo de Europa. ¿En qué puso el esfuerzo? La educación, otra vez. Construyó infraestructura con las ayudas europeas, pero, sobre todo, invirtió en educación.
Perú tiene grandes recursos naturales. Es bueno explotarlos, porque en 50 ó 100 años no sabremos si servirán. En ese esfuerzo, es equitativo compartir los beneficios entre quienes invierten en explotarlos y los peruanos bajo contratos estables, predecibles, de largo plazo.
Pero, ¿cómo usar los beneficios que reporten para financiar la competitividad del futuro? Porque la exportación de materias primas no hará el desarrollo. En el largo plazo, pese a todas las alzas cíclicas de precios, como las actuales, el de las materias primas no ha hecho sino declinar desde mediados del siglo XIX. ¿Cómo les damos valor agregado?
Para eso se necesita progreso tecnológico. Es el momento de pensar cómo estaremos en 20 ó 30 años. Cómo conectarnos al progreso técnico. Eso tendría efectos positivos sobre la misma producción de materias primas.
Lamentablemente, Perú invierte poco en investigación. Menos de un tercio que Chile. ¿Cómo montarnos en el tren de la tecnología? Uno de los grandes científicos peruanos, Carlos Bustamante, profesor en Berkeley, me contó que se han identificado entre mil 200 y mil 500 Ph.D. (doctorados) peruanos en el extranjero. Él mismo, por ejemplo, quiere establecer en Perú un laboratorio de biología molecular, idéntico al que dirige en Berkeley, que podría recibir en paralelo sus hallazgos. Transferir "en tiempo real" los resultados de esa "interfase" donde hoy está la punta de la ciencia.
La informática permite, ahora que un científico en Estados Unidos o en India, pueda trabajar junto con uno que está en Puno. El mundo se ha vuelto "plano", como ha titulado su último libro Thomas Friedman.
¿No es el momento de crear la Red Perú, para reunir a todos los doctores peruanos que trabajan, a menudo con extraordinario éxito, en todo el mundo, principalmente en Estados Unidos?
El gran drama peruano no es la ausencia de capital físico o financiero. Es la dilapidación del capital intelectual o institucional. Es el momento de invertir esa tendencia. De seguir explotando y exportando recursos no renovables y usar ese "bombeo" para pararnos en el andén del tren tecnológico. Tenemos, como el caso de mi amigo Bustamante, extraordinarios maquinistas desperdigados por el mundo.
