Washoe ha muerto; murió la semana pasada. A la mayoría de los lectores que pueda tener esta columna –que tampoco serán tantos– no les sonará en absoluto el nombre ni, claro es, la condición.
Washoe era un chimpancé hembra que alcanzó notoriedad en la etología, la antropología, la lingüística y la primatología porque fue uno de los primeros simios sometidos a programas de enseñanza del lenguaje de los sordomudos. Alcanzó en ese terreno unos éxitos notables. Gracias al empeño de Allen y Beatrice Gardner, investigadores de la universidad de Nevada, la chimpancé, que se había librado de terminar sus días metida en una cápsula espacial, comenzó en 1966 ó 1967, no recuerdo bien, a aprender a la fuerza los signos con los que se comunican los sordomudos en Estados Unidos. Un inciso: en mi ignorancia, yo creía que el lenguaje de los sordomudos era universal. Craso error: hay idiomas de esos signos, si se les puede llamar así, y hasta dialectos.
Pero volvamos a Washoe. Debía tener por aquel entonces, cuando comenzaron a enseñarle los signos, cerca de dos años. Ha muerto con alrededor de 45, año más, año menos, que los chimpancés no confiesan su edad de motu propio, y ni siquiera por señas. Matusalén mismo, en términos simiescos, si se toma en cuenta la esperanza de vida de los chimpancés. Los que están en cautiverio, que son los únicos a tal respecto documentados.
Washoe logró aprender centenares de signos equivalentes a palabras de la lengua inglesa y, al decir de algunos de sus cuidadores, incluso los combinaba. No sé si será una leyenda urbana a propósito de chimpancés pero he oído que un día en que el instituto de Washoe pasaba por una inspección, los empleados a cargo del animal se olvidaron de darle de comer. Cuando por fin se dieron cuenta de la desesperación del simio, éste hizo sucesivamente las señas del nombre del cuidador y de la palabra "basura". Podría ser un insulto digno de un ser humano.
¿Hay que pasmarse por las habilidades que desarrolló Washoe? Yo creo que no es necesario tanto énfasis. Que los chimpancés son muy inteligentes es algo que sabíamos de antemano. Que aprenden con soltura, también; las hembras, al menos. Pero ¿el código de los sordomudos? ¿Para qué querría aprender algo así un chimpancé en el bosque en el que vive libre? En condiciones naturales, los chimpancés aprenden muy bien a mentir, a negociar, a pactar y a compensar, rasgos que componen la llamada inteligencia maquiavélica. Pero sostener que Washoe hablaba es excesivo; tanto como para que se cometa un error básico de concepto.
Solo los humanos hablamos, y solo lo hacemos aquéllos que hemos vivido de niños en un entorno con voces humanas. Lo que logró Washoe es hacer algunos gestos que es probable que entendiera bien –entendía sobre todo que era tratada mejor cuanto más se esforzaba– pero muy lejos de lo que el filósofo Descartes llamó lenguaje creador. Sin embargo Washoe nos enseñó a su vez algo muy importante. Que los chimpancés entienden, padecen, se alegran, se desesperan, tienen angustias y cariños; son, en suma, unos seres muy semejantes a nosotros mismos. Nada que ver con esas máquinas insensibles que el propio Descartes quiso ver en todos los animales.