IZQUIERDA.

El arco iris político del hemisferio americano

Desde que Evo Morales tomó posesión en Bolivia, ha surgido una insistente pregunta en múltiples círculos internacionales: ¿gobernará bajo la inspiración pragmática y responsable de Lula da Silva, o seguirá el impulso autoritario y desbocado de Hugo Chávez?

Por el momento, es una incógnita. Pero lo que sí resulta cada vez más claro, y ejemplifica la pregunta, es que el reiterado argumento sobre el avance de una izquierda casi homogénea, compacta, militante y solidaria en América Latina es en extremo simplista y se ha vuelto insostenible.

Su gran trasfondo de verdad es que, en varios países de Sudamérica, los electores, insatisfechos con la pobreza, el desempleo, la corrupción o la exclusión, se han inclinado por partidos, propuestas o retórica de variados matices izquierdistas y, generalmente, críticos de un impreciso "neoliberalismo" convertido en fuente de todos los males.

También es cierto que a Lula, Chávez y Néstor Kirchner les gusta destacar sus puntos en común mientras sonríen a las cámaras; que Morales quiere unirse al grupo, y que Tabaré Vázquez a veces los acompaña.

Pero, más allá de lo anterior, las semejanzas ceden ante las diferencias y estas, a su vez, dejan en claro que lo más relevante en la política latinoamericana no es si un gobierno se dice (o lo ven) de izquierda o derecha. Las claves esenciales son otras: si es democrático o autoritario; si actúa con responsabilidad o ligereza; si mira solo a lo inmediato o se proyecta hacia el futuro; en fin, si gobierna bien o mal. Y a todo esto hay que añadir cuál es su origen, cómo impulsa los intereses nacionales y hasta qué punto estos coinciden con los de supuestos aliados.

Chávez, por ejemplo, es producto del colapso del sistema institucional venezolano; Kirchner surgió de la última gran crisis político-económica argentina, y Morales se elevó desde la revuelta étnica y social, mezclada con el fracaso de las élites bolivianas para conducir el país. Pero Lula y Vázquez son resultado de largas batallas electorales dentro de instituciones decantadas y estables (aunque no siempre eficientes) en Brasil y Uruguay. Esto puede explicar muchas de las aproximaciones o distanciamientos entre los cinco.

Además de su responsable política macroeconómica, mimada por Wall Street, Lula ha logrado impulsar más reformas "neoliberales" (en pensiones, presupuesto, reaseguros y otros aspectos) que cualquiera de sus predecesores de centro o derecha. Vásquez y su equipo económico se orientan por una ruta igualmente responsable, aunque menos reformista.

Kirchner, por ahora, ha preferido el facilismo populista que le permiten los buenos precios de las exportaciones argentinas, en lugar de usarlas como base para inversiones y desarrollo más estables. Por algo, primero que izquierdista, es peronista. Chávez, con suprema irresponsabilidad, simplemente está dilapidando la lotería petrolera de su país. Y las señales de Morales aún son contradictorias.

En el ámbito político, la escala pasa por el creciente atropello autoritario de Chávez, la normalidad total en Brasil y Uruguay, los sobresaltos de Argentina y el momentáneo júbilo boliviano.

En el trasfondo de estas diferencias, además, existen intereses nacionales disímiles, a veces contrapuestos.

Uruguay rechaza con energía la oposición argentina a que establezca dos procesadoras de pulpa de papel que, según Buenos Aires, contaminarían ríos comunes. Morales ya anunció a Kirchner el fin de un "precio solidario" para el gas boliviano. Argentina no deja de quejarse por su desbalance comercial con Brasil. Y los uruguayos se quejan insistentemente del desequilibrio en el Mercosur, mientras su ministro de Economía ya ha hablado de un posible tratado de libre comercio con Estados Unidos.

A todo lo anterior hay que añadir el socialismo chileno, que lleva 15 años gobernando junto a los democristianos en un depurado ejercicio de responsabilidad económica, política y social, muy cercano al vilipendiado "consenso de Washington". Y no se puede desconocer que Martín Torrijos, en Panamá, encabeza el gobierno de un partido autodefinido como de centro-izquierda, que impulsa el libre comercio y es aliado de Estados Unidos, y que Oscar Arias, virtual ganador de las elecciones costarricenses, el próximo domingo, camina por el mismo rumbo.

Lo que vemos, entonces, no es "la" izquierda entronizándose en el continente, sino la coexistencia de una diversidad de opciones gubernamentales, la mayoría producto de la alternabilidad democrática. Y lo más importante no es cómo sea bautizada cada una, sino cuáles serán realmente capaces de satisfacer las justas demandas de sus pueblos. Y esto, más allá de cualquier etiqueta, solo será posible si gobiernan con respeto a la democracia, visión, responsabilidad, apertura y la clara noción de que, para repartir riqueza, también hay que producirla.


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