En 1964, a raíz de varios hechos cruciales – como la ruptura entre Rómulo Betancourt y Fidel Castro, pues este le pide al primero, sin lograrlo, petróleo gratuito, en 1959; la protesta de Betancourt contra Castro por sus fusilamientos y la condena de la OEA a Cuba, en 1960; la expulsión de Cuba en Punta del Este, en 1962, a pedido de Colombia, por sus injerencias en la región; la emergencia del movimiento guerrillero en Venezuela, apoyado con armamento cubano, y la otra condena a Cuba, en 1964; finalmente, la invasión armada frustrada de Cuba a territorio venezolano, en 1967 – le hacen decir al presidente Betancourt, con talante premonitorio de lo actual, que: “Fácil resulta explicar y comprender por qué Venezuela ha sido escogida como objetivo primordial por los gobernantes de La Habana para la experimentación de su política de crimen exportado. Venezuela es el principal proveedor del Occidente no comunista de la materia prima indispensable para los modernos países industrializados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra: el petróleo... Resulta así explicable cómo dentro de sus esquemas de expansión latinoamericana, el régimen de La Habana conceptuara que su primero y más preciado botín era Venezuela, para establecer aquí otra cabecera de puente comunista en el primer país exportador de petróleo del mundo”.
¡Quién lo diría!
Ya cooptado por los Castro, Hugo Chávez, en 1998, pacta con el fundamentalismo islámico su política de confrontación petrolera contra el mundo occidental desde La Habana y en 1999 arregla su modus vivendi con la narcoguerrilla colombiana. La Habana decide luego sobre el revocatorio de Chávez en 2002. En 2004 esta ocupa sistemáticamente nuestro territorio con sus misiones y llegado 2007, sin tapujos, Juan José Revilero acepta tener presentes entre nosotros a más de 30 mil miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). El resto es novela, a saber, la muerte de Chávez en La Habana y la sucesión convenida de Nicolás Maduro, que nos da, cabalmente, la textura de una narcocolonia. ¡Quién lo diría!
Las confesiones recientes – palabras de maldad para hacer mayor hendidura en la herida de los venezolanos y su confianza colectiva – acerca de lo que era sabido: las colusiones opositoras desde antes de la constituyente y sus falacias sistemáticas; como las andanzas del expresidente Zapatero, ya bendito como operador de la Cuba narcocriminal, en La Habana, el 25 de febrero de 2015, son apenas anécdotas subalternas a la luz de lo señalado, de lo vertebral, de la enseñanza y su consecuencia.
El dolor elemental de nuestra gente, después de las patadas de la infamia – no son en modo alguno “patadas históricas”– antes de hacerse rabia, como lo aprecio, se hace expresión de solidaridad en el mismo dolor, con palabras de silencio, venidas desde el corazón de unos venezolanos para con los otros, en medio de la hambruna. Y ese es el mejor signo de que el bien prima sobre el mal, sin ruido, sin histeria.
Aun del mal se pueden extraer cosas buenas, lo dice san Agustín. El fuego no sería engendrado si el aire no se corrompiese, leo en una exégesis del doctor Angélico.
El autor es abogado
