La dictadura prodigiosa

A María Corina Machado y Antonio Ledezma

Hay hechos que deben confundir a la periodista Patricia Janiot y, en general, a la comunidad internacional solidarizada con la oposición venezolana en su desesperada, pero espasmódica y contradictoria lucha por la libertad. Nos referimos a los gobiernos democráticos del mundo, la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario general, Luis Almagro, a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, a la Comunidad Europea (CE). ¿Por qué esa misma oposición que llamaba a desconocer a la Asamblea Nacional Constituyente por inconstitucional, y pidió desconocerla el 30 de julio, días después la legitima aceptando su convocatoria a elecciones regionales y quebrando así los dramáticos meses de enfrentamientos que ella dirigiera, aplicando dos artículos definitorios y terminantes de la misma Constitución – los artículos 333 y 350 que llaman a desconocer a un régimen dictatorial y obligan y legitiman combatirlo por todos los medios – el cual se saldara con el asesinato de más de 160 jóvenes manifestantes, a razón de un asesinato promedio por día de lucha?

Mayor confusión causa saber que esa misma oposición --mayoritaria en el principal cuerpo legislativo de la Nación-- declaró ilegítimo al presidente de la República, aplicándole una cláusula que lo separa del cargo por ausencia. ¿Cómo lo separa de su cargo y, al mismo tiempo, obedece sus decisiones? ¿Cómo puede desconocerlo y, simultáneamente, aceptar su convocatoria a elecciones regionales, sin dar la impresión de estar coludida con la dictadura y aceptar jugar con ella en un tira y encoge que no hace más que vitalizar al régimen, garantizar su sobrevivencia y quebrantar las fuerzas populares?

No existe otra respuesta a las aparentemente inexplicables preguntas de la periodista Patricia Janiot que esta: el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, abiertamente al servicio de la tiranía cubana a la que sirve para asegurarle su frágil sobrevivencia, sobrevive ella misma, se mantiene y legitima por una dirigencia político-partidista colaboracionista que no quiere, desea, ni termina de entender el juego siniestro del que forma parte. Y una ciudadanía fracturada entre quienes aceptan seguir el maquiavélico juego al que una parte dominante y hegemónica de su dirigencia la compele, y otra, aparentemente ya mayoritaria, que se niega a seguir el pérfido juego de mezquinos intereses del colaboracionismo cogobernante. Esa parte colaboracionista ha llegado al extremo de culpar por el monumental fraude de este 15 de octubre al propio pueblo venezolano y a quienes denunciaron la naturaleza perversa y corrompida del proceso electoral, previendo con una dolorosa exactitud lo que, en efecto ocurrió: este régimen no será desalojado pacífica y electoralmente.

Son los ejes de la supervivencia de la más repudiable y devastadora dictadura de la historia venezolana: su supuesta naturaleza socialista y de izquierdas, que encuentra el respaldo y beneplácito de todas las izquierdas y el progresismo del mundo, por una parte. Y el colaboracionismo culposo de una dirigencia opositora acordada con el régimen para preservar sus propios espacios de supervivencia. En el medio, huérfano, un pueblo y una nación a la deriva. Es la tragedia de Venezuela.

El autor es escritor y filósofo

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