Para que la cuña apriete debe ser del mismo palo, dice el sabio y viejo refrán común. Y eso es precisamente lo que sucedió la semana pasada cuando John P. Murtha, representante por Pennsylvania que hace más de tres décadas defiende tenazmente a las fuerzas armadas estadounidenses en la Cámara de Representantes, llamó a la retirada en Irak.
Veterano de la guerra de Corea, reservista en los marines y combatiente en Vietnam, Murtha permaneció en la reserva militar hasta 1990, y en el transcurso de su carrera militar recibió dos Corazones Púrpura y una Estrella de Bronce, por su valor y heroísmo en combate.
Elegido a la Cámara Baja en 1974, Murtha ha apoyado todas las aventuras militares de este país. Respaldó la intervención de Ronald Reagan en América Central; apoyó a George H. W. Bush en la guerra del Golfo Pérsico y a George W. Bush cuando se lanzó contra Sadam Husein. A sus 73 años, Murtha es el congresista demócrata con mayor credibilidad en cuestiones de seguridad nacional.
Sería un error, sin embargo, pensar que es la política la que mueve a Murtha –un hombre identificado emocionalmente con los soldados– a calentar el debate sobre la guerra al declarar: "Nuestras fuerzas armadas han hecho todo lo que se les ha pedido. Militarmente, Estados Unidos ya no puede hacer más en Irak. Ya es hora de traer a casa a nuestras tropas".
La primera reacción de la Casa Blanca a la propuesta de Murtha, comparándolo con Michael Moore, el cineasta crítico acérrimo de la administración de Bush, fue de una torpeza inaudita. Peor aún fue la de una inexperta congresista republicana que sugirió que Murtha era un cobarde. Este lunes, Cheney defendió la postura de la administración argumentando que: "una retirada precipitada de Irak le daría la victoria a los terroristas; sería una invitación para que se desatara más violencia contra naciones libres y propiciaría un golpe terrible a la seguridad de Estados Unidos". Desafortunadamente, Cheney no evitó la descalificación de los opositores al llamar deshonestos a quienes piensan que se manipularon los datos de inteligencia previos a la guerra. Es lamentable que quienes mintieron sobre la capacidad bélica del enemigo y quienes inventaron vínculos entre Sadam Husein y los autores de los actos terroristas del 11 de septiembre, hoy se atrevan a levantar la bandera de la honestidad.
El problema de Cheney es que no va a resolver el problema en Irak confundiendo el pasado, sino aclarando el futuro. Murtha y un creciente número de estadounidenses están convencidos de que no ha habido progreso en la lucha contra la insurgencia iraquí. Y los altos mandos militares parecen confirmar el diagnóstico. En reciente comparecencia ante congresistas, el general George W. Casey pidió la reducción de tropas estadounidenses en Irak argumentando que "su presencia en Irak incentivaba la insurgencia dada la percepción de que se trataba de una ocupación americana". La Casa Blanca no coincide con esta posición, aduciendo que la única manera de derrotar a la insurgencia es sosteniendo las tropas en Irak por un tiempo indefinido.
A Murtha le corresponde el honor de haber radicalizado el debate sobre la deseable terminación de la guerra en Irak. Debate que será decidido por la opinión pública cuando el número de soldados estadounidenses muertos llegue a esa cifra desconocida, pero intolerable.