Cuando en la madrugada de ayer Víctor Yushchenko se presentó ante las cámaras de televisión en Kiev para proponer hasta ahora al líder de la oposición y archirrival Viktor Yanukovich como candidato para el cargo de jefe de Gobierno, parecía que el presidente ucraniano había abandonado totalmente el espíritu de la revolución naranja.
Sin embargo, incluso dentro del partido pro occidental la mayoría suspiró con alivio. La naranja, fruta simbólica de la revolución ucraniana, ya hace rato se había empezado a pudrir por dentro.
Hasta hoy, el mundo recuerda las imágenes de la revolución pacífica de 2004, cuando cientos de miles de ucranianos protestaron contra la élite corrupta bajo influencia rusa. En aquel momento, gran parte de la población en el centro y este del país vio al enemigo en la figura de Yanukovich.
Por su parte, Yushchenko se convirtió en el líder de las fuerzas reformistas, que comenzaron a acercar al ex país de la Unión Soviética a la Unión Europea (UE) y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Pero ahora, la mayoría de los ucranianos no puede olvidar los conflictos suscitados en los pasados años de reformas: problemas internos, nuevas acusaciones de corrupción y una incapacidad latente por parte del sector naranja de acordar posiciones comunes en las reformas.
El conflicto escaló, cuando Yushchenko despidió a la jefa de Gobierno y compañera de ruta en los días de la revolución, Julia Timoshenko.
La mayoría de los ucranianos demostró su descontento con Yushchenko en las elecciones parlamentarias de marzo.
Tampoco fueron efectivos los tibios intentos de Yushchenko de revivir una coalición naranja, con Timoshenko como jefa de Gobierno. Y tras una serie de nominaciones conflictivas, los socios socialistas decidieron romper la coalición de las fuerzas reformistas.
A casi cinco meses de las elecciones parlamentarias, Yushchenko ve con mayor claridad que a la larga, sin Yanukovich, no será posible consolidar un Estado.
El paso dado ayer debe haber costado mucho al Presidente, a quien las consecuencias de un envenenamiento con dioxina en 2004 le desfiguraron el rostro.
Según especulaciones, el ataque provino del sector pro Yanukovich.
Sin embargo, durante esta madrugada Yushchenko decidió finalmente darle la posibilidad al país de unirse.
Unos de los descuidos más grandes de la política ucraniana en los últimos dos años, es que ambos políticos no se ocuparon de unificar a sectores sumamente divididos en el país. Un denominador común debería ser ahora las reformas económicas, privatizaciones de dependencias estatales y áreas de cultivo, como así también el acercamiento a la Unión Europea (UE).
Aún quedan temas pendientes: al parecer ya se llegó a un acuerdo para que el ucraniano sea la lengua oficial. Además, en la agenda figura el deseo de los pro occidentales de unificar a las Iglesias ucraniana-ortodoxa.
En el sector económico, hasta ahora Yanukovitch se cerró a cualquier tipo de inversión extranjera, como así también al ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC).
A Yushchenko también le queda otra ardua labor por delante: convencer a sus nuevos socios de coalición y a gran parte de la población las ventajas de un ingreso a la OTAN.
En recientes encuestas, menos de un tercio de los ciudadanos se manifestó a favor de ese paso y por ende de una abierta ruptura con Rusia.
Tras meses de una profunda crisis política, el dúo Yushchenko y Yanukovich debe demostrar ahora que Ucrania aún es gobernable.
Si esto no funciona, ambos escucharán muy pronto las duras críticas de Timoshenko.
El "ícono de la revolución" está esperando una segunda oportunidad. A pesar de los conflictos durante su gobierno, Timoshenko aún goza de gran aceptación entre la población.
