No se me ocurre una metáfora mejor para describir la situación del Brasil actual que la de un equilibrista, gigante y mareado que logra, contra toda previsión, caminar con éxito sobre un cuerda floja sin red y a 100 metros de altura en un pantano plagado de cocodrilos. Es probable, solo probable, que los gravísimos hechos de corrupción que involucraron al PT le cuesten a Lula la posibilidad de la reelección. Sin embargo, nadie duda que la institucionalidad en su conjunto ha salido favorecida y que el Brasil, con todos sus problemas y limitaciones, se ha convertido en uno más de los pocos países de América Latina que, en varios campos estratégicos, ha logrado generar y sostener verdaderas políticas de Estado. A su lado Argentina, con un triunfo arrollador del Gobierno en las elecciones parlamentarias de octubre del 2005, ha entrado en un nivel de crispación (por ahora mucho más política que social) y un principio de polarizacion cuyas consecuencias potenciales, no por imprevisibles dejan de ser verdaderamente preocupantes.
Incontables son las diferencias entre ambos países aunque me animo a arriesgar la hipótesis de que en este caso la clave de la diferenciación está en un comportamiento socio electoral que ha generado dos parlamentos cuyas composiciones los hacen profundamente diversos en su funcionamiento y papel institucional. Mientras en el Brasil el bloque parlamentario del PT, que a duras penas llega al 25%, ha obligado al Gobierno a un proceso permanente de diálogo y negociación con fuerzas políticas del centro y de la derecha, que ha favorecido la cultura democrática, en la Argentina un "Frente Perinola toma todo para la Victoria" ha dado al Gobierno la mayoría absoluta y automática en la cámara de senadores y lo ha colocado a pocos votos (léase a pocas y baratas prebendas) de la misma situación en la cámara de diputados. En este último caso, existe una relación directamente proporcional entre la creciente fortaleza del Gobierno y la creciente debilidad del Estado. En Argentina las luchas intestinas en el conglomerado gobernante (que por otra parte ni siquiera se molesta en constituirse como partido) se trasladan en forma permanente y automática a las endebles cuando no inexistentes instituciones del Estado. Paradójicamente lo que podríamos llamar la base material o si se quiere el punto cero de acumulación originaria de este comportamiento social es la inexistencia de una ley de coparticipación federal (prevista explícitamente para ser reglamentada a más tardar en 1996,según la Constitución Nacional de 1994 que explícitamente la dispone), que permite al gobierno central (y este es el cuarto gobierno luego de la reforma constitucional) el manejo absolutamente discrecional de los fondos públicos. Cualquier voto en rebeldía de un diputado de la oposición puede, por ejemplo, dejar en 24 horas sin cobrar sus pensiones a los jubilados de una entera provincia (el ejemplo,obviamente, no es hipotético).
También en el mercado político, sin una buena demanda no hay jamás una buena oferta.
Resulta imperioso destruir la idea acerca de que el manejo discrecional de los fondos públicos constituye una solución a la falta de eficiencia del Estado.
Si no construimos socialmente como verdaderos problemas a resolver, algunas situaciones que aparecen como las "soluciones" fáciles al problema de la gobernabilidad , el gigante mareado verá desde la orilla cómo nosotros, los argentinos, más temprano que tarde nos ahogamos en un vasto océano, pero eso si, de cinco centímetros de profundidad.
