En menos de 48 horas, dos atentados terroristas y una decena y media de heridos; reactualización de la ley antiterrorista y divergencias sobre prioridades entre la seguridad o las libertades y los derechos civiles; caída del PBI; manifestaciones estudiantiles y enfrentamientos con la Policía; mayores impuestos a las grandes empresas; polarización política; izquierda y derecha radicalizan sus discursos tratando de imponer su propia visión.
Son noticias de ahora, pero que recuerdan a la Latinoamérica de 1970. Un década aquella muy singular que comenzó con un fuerte avance de las izquierdas y del nacionalismo populista: con el general Juan Velasco Alvarado y los militares “peruanistas”; Juan José Torres con su “gobierno revolucionario” en Bolivia; el socialista Salvador Allende asumía el gobierno en Chile; la Democracia Cristiana, con Rafael Caldera, ganaba la Presidencia en Venezuela; en Colombia, María Eugenia Rojas Pinilla al frente de su Anapo, de línea populista, casi vence a Michael Pastrana (hablaron de fraude); en Argentina se debilitaba el gobierno militar y Perón, desde el exilio, mantenía un diálogo cordial y fluido con Fidel Castro y crecían las guerrillas con “tintes peronistas”; en Uruguay se formaba una gran coalición de partidos de izquierda (el Frente Amplio, hoy en el Gobierno) y los Tupamaros, en su lucha armada clandestina que iniciaron a mediados de la década de 1960, estaban muy activos y con imagen fortalecida. La incógnita era Ecuador: el quinto gobierno de José María Velasco Ibarra era imprevisible, como siempre. Las excepciones: Brasil, también como siempre, con la conducción de las fuerzas armadas e Itamarati, pero con los militares en el gobierno dando la cara en aquel momento, y Stroessner en Paraguay, tan campante bajo el protectorado de Brasil.
¿Y cómo terminó esa década? Con dictaduras represivas y con los militares y una derecha totalitaria y fascista en el poder. Pero, como dijimos, las noticias del principio no son de otrora; son de estos días, y para mayor sorpresa se trata de hechos ocurridos en Chile, el país que mejor se condujo en la posdictadura, tanto económicamente como respecto a la necesaria reconciliación. Por lo menos hasta ahora. Dos atentados terroristas, lunes 8 y martes 9. Uno en Santiago en una galería comercial y las estación de Metro, a las 2:00 p.m. (con 14 heridos), y el otro en Viña del Mar, por la noche, en un supermercado cerrado (un herido).
No es que sea la primera vez, desde 2005 han ocurrido 205 atentados y en lo que va de este año ya suman 31, pero el de Santiago es la primera vez que ocurre en una zona y hora con afluencia de decenas de miles de personas. La autoría, en principio, se atribuye a grupos anarquistas que han actuado en casos anteriores.
La diferencia es que esto ocurrió en vísperas del aniversario del golpe militar contra Allende (11 de septiembre de 1973) y con un clima algo más “enrarecido”. Estudiantes que siguen inquietos, pese a que el gobierno de Michelle Bachelet ha encarado la reforma educativa; empresarios alerta ante una “arremetida tributaria” y una “reforma laboral”; enlentecimiento de la economía y una acentuación de los reclamos contra los responsables de torturas, muertes y desapariciones durante la dictadura pinochetista, además de la eliminación de la ley de amnistía para los militares e incluso que se pasen a cárceles comunes los que están presos. El discurso se polariza y parecería que se quiere imponer un “relato propio” de la historia, como se ha hecho en Argentina y en Uruguay, pero que no era tan así en Chile. Entre los chilenos hay quienes se resisten al “relato oficial” y tienen el suyo y hablan de “los 5 mil 291 cubanos (88% diplomáticos) y los mil 916 soviéticos (técnicos) oficialmente presentes en Chile” y dicen que fue “una enorme mayoría de civiles que luchó contra la UP” (Gonzalo Rojas, El Mercurio).
Mientras tanto, y entre esos diferentes marcos, la presidenta Bachelet en el acto sobre el “insuceso”, al tiempo de asegurar que en Chile “no puede haber espacio para la violencia y el miedo”, hizo hincapié en el tema de los derechos humanos y reclamó que quienes tienen información sobre crímenes y desaparecidos de la dictadura, “civiles o militares”, la entreguen. “Basta de esperas dolorosas y silencios injustificados”, dijo.
Su discurso se pareció más a los de Cristina Kirchner, que al de cualquiera de los anteriores presidentes que tuvo Chile desde que se recuperó la democracia en 1990.
