[ARROGANCIA]

Los tacos de Sarkozy

Es notorio que a Nicolas Sarkozy le preocupa su estatura física. Si no, no usaría esos zapatos con semejante tacos que, además, contrastan tanto con el calzado casi sin suela –chatitas– que usa su esposa Carla Bruni.

Puede que sea por afanes de grandeza y trate de igualar en estatura al general Charles de Gaulle. Si ese es el propósito le hubiera sido más fácil haber elegido a Napoleón. Lo lograría hasta descalzo. Quizás.

Es probable que piense que los “tacones” le permiten tratar y mirar a la gente “desde arriba”.

Por lo menos esa es la imagen (de agrandado y desubicado) que proyecta cuando dice del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, que “es un mentiroso” al que “no puede tragar”.

En esa línea hay que ubicarlo, también, cuando afirmó (en la cumbre de Bruselas) que “fue un error” aceptar a Grecia en la Eurozona. O cuando le espetó al primer ministro británico, David Cameron, “usted ha desperdiciado una buena ocasión de callarse” (¿y por casa cómo andamos?), advirtiéndole de que no se meta en los problemas de la Eurozona.

No menos arrogante fue con Panamá y Uruguay, países a los que incluyó en la lista de “paraísos fiscales”, y a los que dijo que no “está dispuesto a tolerarlos” y que “serán puestos al margen de la comunidad internacional”.

Sarkozy ha cambiado, sobre todo, si se le compara con aquél que a fines de 2007 (reunión del G8) se presentó ante la prensa, algo ebrio (al salir de una reunión con su colega ruso Putin en la que solo se tomó agua). Parecía un muñequito y consciente de sus limitaciones, se limitó a decir: “¿qué preferís? ¿qué responda preguntas?”. Sin dudas, eso es lo preferible y, dada la experiencia, incluso que no esté tan sobrio.

Hay quienes encuentran la explicación de este empuje en la “alianza” que tiene con Alemania, la que según un informe de El País de Madrid es vista, incluso, por muchos franceses como una “capitulación política de París ante el poderío económico de Berlín”. Esta nueva “rendición” ante Alemania le permite a Francia, también con sus debilidades económicas, engancharse a la locomotora germana. El costo, según se recoge, es “haber caído, una vez más, en la dominación alemana”, cosa que parecería que no preocupa tanto a los franceses, por cuanto la popularidad de Sarkozy “ha subido como espuma las últimas semanas”.

Allá los franceses y Sarkozy. Ahora, si éste cree que con tacones, o aun con plataformas y con esas actitudes puede alcanzar la altura de Gaulle, que ni sueñe: físicamente no le llegaría a los hombros y, política e, intelectualmente, ni al ombligo.

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