El último alegato

Es curioso, porque su capacidad de seducción se destaca entre las fuerzas que impulsaron su ascenso. Con sus imponentes 1.87 metros de estatura, aspecto atlético, pelo rubio y la seguridad propias de un hombre aparentemente ajeno a traumas ni complejos, Clinton era el Aquiles del escenario político de su tiempo. Su historia es digna de una novela y al mismo tiempo afín a la de muchos hombres y mujeres de las generaciones cercanas a la suya.

William Jefferson Clinton nació sureño (Little Rock, Arkansas), pobre y huérfano de padre; y surgió con el impulso que el auge de la posguerra le dio a la clase media.

Su adolescencia transcurrió en los años 60, que es lo mismo que decir que se dejó crecer el pelo; cantó "Let it be"; fumó marihuana -sin inhalar, debido a sus alergias- y protestó contra Vietnam. Su padre adoptivo era un borracho y la vida doméstica escasamente tolerable, pero él hacía una buena imitación de Elvis, tenía su propio Buick y tocaba el saxo. Además, a los 18 años se convirtió en el primero de su familia en entrar a una universidad. ¡Y qué universidad!

En 1964, ingresó a Georgetown con una beca. Cuatro años después se fue a Oxford, Inglaterra, en calidad de Rhodes Scholar. Aprovechó para recorrer Europa, limitado de fondos pero enriquecido por horas de lectura. De Gran Bretaña pasó a la escuela de leyes de Yale, donde conoció a Hillary. "Era difícil no fijarse en Bill Clinton en el otoño de 1970", cuenta ella en su biografía, "parecía más un vikingo que un estudiante que acababa de regresar de Oxford".

El factor suerte puede haber incidido en la inclinación ascendente de la línea vital de Clinton, pero su inteligencia, la determinación de aprovechar las oportunidades y un sistema orientado a premiar el mérito definitivamente marcaron su destino.

Gabriel García Márquez, que lo conoció en agosto de 1995, escribió un artículo para El País en que contó que, en aquella cena que empezó a las 8.00 y terminó a la medianoche, se habló de política latinoamericana, de cine y de literatura. Que Clinton demostró conocer muy bien el Quijote y que, cuando Carlos Fuentes afirmó que su libro favorito era Absalón Absalón, de William Faulkner, Clinton se puso de pie y "recitó de memoria el monólogo de Benji, que son las páginas más asombrosas pero también las más herméticas de El sonido y la furia."

La carrera política

Demócrata por tradición familiar, Clinton lo era también por ideología. Creía en los beneficios que el Estado podía ofrecer a los ciudadanos -su historia personal daba fe de ello-, creía en la igualdad entre las razas y entre los sexos. Sus ambiciones personales y las relaciones que hizo y cultivó a lo largo de su juventud sellarían los vínculos con el partido de Eisenhower y Kennedy.

Clinton demostró interés y dotes para la política desde la adolescencia. El día de su graduación de secundaria leyó un discurso en el que fustigó la complacencia, la pobreza y los prejuicios. En Georgetown, participó en agrupaciones juveniles. En Yale, abandonó parcialmente los estudios para hacerle campaña a Ed McGovern, aspirante presidencial.

En su referido libro, Martin Walker cuenta que desde muy joven Clinton tenía el hábito de guardar, en cajas de zapatos, nombres, direcciones, cumpleaños y demás información relevante sobre las personas que iba conociendo. Y que cuando, años más tarde, fueron a pasar los datos a una computadora, se encontraron con no menos de 10 mil archivos individuales.

Ya en la universidad, el sueño de hacer carrera política se había convertido en determinación. Por eso, una vez graduado regresó Arkansas, a pesar de que Hillary -de quien estaba enamorado- se iría a Washington, donde se supone había mejores oportunidades para jóvenes brillantes como ellos.

Bill pensaba que, entre su gente, el lanzamiento de su carrera política estaría mejor auspiciado. Y tenía razón. En 1978, a los 32 años, fue electo gobernador de Arkansas, convirtiéndose en el más joven de la nación. Se reeligió dos veces, en 1982 y en 1986.

Eduardo Morgan, ex embajador de Panamá en Washington, mantenía desde entonces amistad con Myres S. McDougal, quien había sido profesor suyo, así como de Clinton y de Hillary, en la escuela de leyes de Yale. Morgan recuerda haberle escuchado decir a McDougal que "el joven Gobernador de Arkansas sin duda llegaría a ser Presidente.

El solo hecho de ganar esa segunda reelección, en 1986, lo había catapultado como contendiente para las elecciones de 1988. Sin embargo, llegado el momento, Clinton decidió no correr. Cuenta Walker que, a los sorprendidos colaboradores y amigos, les dijo que era por razones familiares. Chelsea tenía 8 años y él pensaba que tenía 7. Pero había algo más: una colaboradora lo había confrontado con la pregunta que lo perseguiría como un fantasma durante los años por venir: ¿cuántos de los romances que te atribuyen son ciertos?

En todo caso, la decisión de no correr en el 88 fue más que buena. En el 92, el electorado, tras 12 años de gobiernos republicanos (dos de Reagan y uno de Bush) estaba más inclinado a votar por un demócrata. Además, la guerra fría había quedado atrás, lo que hacía menos relevante el hecho de que Clinton había evadido el servicio militar.

Y así fue que, en 1993, el líder populista sureño, de 46 años, le ganó al veterano George Bush. Walker considera que uno de los golpes decisivos en esta cerrada campaña, en la que también participó Ross Perot, se dio cuando en un debate televisivo, la crisis económica salió al tapete. Palabras más, palabras menos, el moderador le preguntó a Bush -un hombre de familia adinerada- cómo podría ayudar al electorado si él no sabía lo que era atravesar por una situación de estrechez económica. La respuesta de Bush dejó muchas dudas, mientras que Clinton salió airoso: "He sido gobernador de un estado pequeño por 12 años. Cuando alguien pierde su trabajo, lo más seguro es que yo lo conozca por su nombre…"

El último escalón

WJ Clinton llegó a la Casa Blanca con el 43% de los votos y la promesa de "poner a la gente por delante". Se esperaba que ampliara el gasto en las áreas sociales, subiera los impuestos y prestara menos atención a los temas internacionales (todo dentro del estereotipo de presidente demócrata que los republicanos cultivaban). No fue así. El déficit era tan apremiante que se convirtió en su primera prioridad. Y las crisis internacionales le tocaron a la puerta, brindándole la oportunidad de obtener logros, como con las negociaciones de paz en Irlanda del Norte.

En ese primer período, Hillary, una mujer inteligente, organizada y ambiciosa, resultó no ser un activo para el Pesidente. Y no era sólo cuestión de estilo: tanto él como ella fueron objeto de una incisiva investigación legal, dentro del proceso conocido como Whitewater, del que saldrían exonerados, pero muchos años más tarde y tras mucho desgaste.

A pesar de lo anterior, en 1997 Clinton venció a Bob Dole, un logro atribuible a la prosperidad que vivía el país. "Algunos", explica el economista Joaquín de la Guardia, "consideran que ese desempeño se debió a la administración Clinton. Otros piensan que se logró debido a que los republicanos controlaban el Congreso y, a través de la figura de Newt Gingrich, dejaban poco espacio al Presidente para maniobrar, léase expandir el gasto". Agrega de la Guardia que "esa primera administración Clinton se benefició del auge del sector tecnológico."

En todo caso, Clinton se convirtió en el primer demócrata, desde Franklin Roosevelt, que era electo para un segundo período en la Casa Blanca. Cuenta Hillary en su autobiografía que, tras la juramentación, Bill se acercó a darle la mano al juez y que este último le dijo "buena suerte" en un tono que le hizo sentir a ella que "la íbamos a necesitar".

Una tormenta llamada Mónica Lewinsky le daría al fiscal Kenneth Starr las razones que no había encontrado ni en Whitewater ni en otros supuestos escándalos que habían tratado de achacar a la pareja. Esta vez, las acusaciones eran ciertas. Starr invertiría millones de dólares de los contribuyentes, (75, según alega Clinton) para probar que Clinton había cometido perjurio y tratar de obligarlo a renunciar. No logró todo lo que se proponía, pero le dio un duro golpe al hombre y a su Administración.

García Márquez volvió a verlo por ese entonces, con motivo de una cena ofrecida en la Casa Blanca al presidente Andrés Pastrana. El premio Nobel se encontró con lo que describiría como: "un convicto enflaquecido e incierto, que no lograba disimular con una sonrisa profesional el mismo cansancio orgánico que destruye a los aviones: la fatiga del metal."

Balance

Bajando la ceja del cinismo, la historia de William Jefferson Clinton es triste. Bill Clinton podía haber sido un estandarte de la democracia, porque su historia es la de un niño pobre al que el sistema da la oportunidad de ascender tan alto como su talento y esfuerzo se lo permitieron. Podía haber sido un ejemplo para la juventud, porque abrazó la educación y la participación ciudadana para luchar contra la injusticia y la desigualdad. Podía haber sido un presidente del que se hablara sin ambages por los años venideros. Y, sin embargo, lo único que absolutamente todos -niños incluidos- saben de Bill Clinton es que protagonizó un escándalo sexual en la Casa Blanca. Es triste.

Ahora, ¿es Clinton responsable de este desenlace? En primera instancia, sí. Cuando Starr lo puso entre la evidencia y la grabadora, él reconoció haber cometido un grave pecado moral. Y en la entrevista concedida al Times lo explicó diciendo que había acumulado rabias y rencores y que su niñez obscura lo había enseñado a vivir vidas paralelas. De paso explicó que esta costumbre le había permitido seguir trabajando aún mientras era acosado por Kenneth Starr.

Por otra parte, la propia Hillary afirma, en su autobiografía, Historia Viva, que a Clinton le correspondía rendir cuentas a ella y a Chelsea, no a la nación. García Márquez es todavía más indulgente: "¿sería justo que este raro ejemplar de la especie humana tuviera que malversar su destino histórico sólo porque no encontró un rincón seguro donde hacer el amor?"

Si, como piensan Hillary, García Márquez y muchos otros, la infidelidad de Bill era un asunto de su vida privada, entonces es condenable la actuación del Partido Republicano, que organizó el circo; y de la prensa, que le dio la cobertura necesaria para convertirlo en escándalo de grandes proporciones. Al respecto, el ex embajador Morgan opina que "la intención del Partido Republicano no era otra que obligar a Clinton a renunciar para vengar la renuncia de Nixon, por el escándalo de Watergate."

Por otro lado, viendo las cosas desde el momento presente: ¡Quién sabe si, sacando el capítulo de Lewinsky, My Life habría tenido semejante éxito en las ventas. Quién sabe si el ex presidente habría recibido esos 10 millones de la casa editorial…quién sabe si Hillary estaría hoy en el Senado, quién sabe…!

My Life

A pesar de todo, "la gente lo ama" dijo una entrevistada en el programa American Morning, de CNN, con respecto al autor de My life. En efecto, a juzgar por cómo van las ventas del libro, se diría que el poder de seducción de Clinton no tiene límites. Su autobiografía salió a la venta con un primer tiraje de 1.5 millones de copias. Y, según la más reciente edición de la revista Semana, el lunes 21 de junio, antes de la medianoche, "cientos de fans se agolparon a la entrada de la librería Barnes & Nobles, en el Rockefeller Center de Nueva York, para al día siguiente poder ver al ex presidente firmar libros."

Parece que la inversión resultará muy rentable, a pesar de que medios de referencia como el New York Times la descalificaron con adjetivos como "sosa", "autoindulgente" y hasta "aburridísima" y de que muchos alegan que no hay nada nuevo que decir de Clinton, que ya todo se ha dicho.

Tal vez por esto mismo, el libro se ha convertido en algo que "hay que tener". Fuera de eso, Clinton tiene planes de "hacer campaña" por un mes, y tomarse el tiempo de autografiar la primera de las 957 páginas, que comienzan con su niñez en Arkansas -episodio en el que NYT reconoce una "agradable sinceridad emotiva"- y terminan con el fin de su segundo mandato, en 2001.

Pero no solo de lectores vivirá esta historia, sino también de oyentes. Random House Audio sacó a la venta 315 mil copias de una versión abreviada, que dura 6 horas y media, y tiene la voz del autor. Al respecto, afirma el Wall Street Journal que Clinton pasó 17 horas en el estudio de grabación; y que apenas se equivocó una vez cada 8 páginas, mientras que los profesionales se equivocan hasta una y dos veces por página.

Acerca de My Life

El abogado Carlos Cordero, que en su carrera de lector ha recorrido miles y miles de páginas, opina que las autobiografías, en general, constituyen "una manera de justificar la vida de una persona y su carrera". Sin embargo, ya encargó My Life, por internet: "las memorias de un líder como el ex-presidente Clinton, quien ha ejercido tanta influencia en Estados Unidos y en el mundo, son lectura obligatoria, dado mi interés en los temas políticos."

Cordero reconoce que "difícilmente se podrán encontrar sorpresas en la biografía de un hombre que ocupó la presidencia de Estados Unidos por 8 años y que estuvo expuesto al escrutinio público", pero piensa que "encontrará situaciones desconocidas, omitidas u olvidadas, así como sentimientos personales y explicaciones sobre ciertas conductas o acciones."

En particular, le gustaría "conocer detalles sobre la estrategia que Clinton utilizó para cambiar las posiciones liberales ortodoxas y obsoletas de su partido y llevarlo hacia el centro, para lo cual adoptó posiciones del liberalismo de los Demócratas y del conservatismo de los Republicanos. Con esa posición centrista se ganó la simpatía y el voto de los independientes."

Sin haber leído la obra, Cordero se ha hecho una idea del ex presidente: "Como persona, lo considero inteligente, exitoso y poseedor de una fina educación, pero al mismo tiempo complejo y proclive a las aventuras amorosas, que lo llevaron a cometer muchos errores que causaron heridas a su familia y a mucha gente. Como político es muy hábil, carismático, gran estratega, con un fino olfato para conocer y entender las necesidades de su pueblo, y un sobreviviente que sale airoso de las situaciones más difíciles. Creo que fue un buen presidente, ya que obtuvo muchos logros en el campo económico, social, educativo y de salubridad."

En cuanto al destino político de Clinton, opina que: "Es difícil alcanzar alguna dignidad más alta que la de Presidente de Estados Unidos. Por lo tanto, a Clinton le queda lo mismo que a quienes lo han precedido, esto es, ser un simple ciudadano y una figura que puede ser consultada en momentos de grandes crisis."


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