Familia numerosa. Muchos hijos. Eso es lo que le pidió Eustaquio a su mujer cuando se casaron. Doña Eulalia nunca tuvo claro cuántos son muchos hijos. Cuando parió al cuarto creyó que esa era la cifra que buscaba Eustaquio. Pero no. Después del octavo ya había perdido la cuenta y las esperanzas de que la dejara “tranquila”.
Eustaquio era un nombre práctico, que encontraba soluciones a sus problemas por el camino más rápido y fácil. Por eso no dudó en llamar a sus hijos de acuerdo a como iban naciendo. Primero Cedeño, Segundo Cedeño, Tercero Cedeño... Octavo Cedeño. Simple y práctico. Doña Eulalia rezaba para que al último en nacer le pusiera de nombre Último Cedeño para saber, por fin, cuántos son muchos hijos.
Los nombres le produjeron distintas situaciones a cada uno de los hijos de Eustaquio y Eulalia Cedeño.
Primero Cedeño se entusiasmaba cuando en la escuela participaba en alguna competencia y leían el resultado. Por unos instantes siempre ganaba él. De igual forma, encabezaba la lista de los castigados por alguna travesura.
Los demás Cedeño cargaban como podían con la practicidad de su padre. A Segundo las cosas no le fueron tan fáciles. Siempre fue un segundón. Le parecía que todo el mundo se refería a él cuando decían “espérame un segundo”, “llego en un segundo”, “no te soporto un segundo más”, “desaparece en un segundo”, “debes resolverlo en un segundo”. También le pasó con Margarita, una novia frugal, que después de un encuentro horizontal y elogiando la destreza de la señorita, esta le dijo “es que no eres el primero”.
(Continúa la próxima semana).
