El joven mira atento, de pie en un autobús que lo lleva de regreso a casa, a otro pasajero que va cómodamente sentado con una bolsa de comida rápida en su regazo.
No es la primera vez que ve la escena, y su mente comienza a predecir el desenlace de la aventura del hombre y su bolsa, cual profeta del libro sagrado.
En pocos momentos, el “hombre de la bolsa” saca su megaemparedado doble carne y lo comienza a engullir como si no hubiera comido plato alguno en años.
El joven retuerce su rostro al ver el espectáculo, mientras que una mezcla de migajas, carne, salsa y vegetales salta de las fauces del “hombre de la bolsa” para caer en el suelo del autobús que lo está llevando a casa.
El joven lanza una mirada de indignación dirigida como misil, esperando que el hombre note su descontento, pero este se encuentra más concentrado en su emparedado que en los andares del mundo.
Es cuando termina su emparedado que detona el último vestigio de paciencia que el joven pudiera tenerle al “hombre de la bolsa”, cuando este enrolla los restos del empaque de su manjar de viajero, los mete en la bolsa y la arroja al suelo frente a la indiferencia del resto de los pasajeros.
– “¡Viejo cochino, por qué no recoges tu basura y la tiras en el patio de tu casa!”
Por un momento, todas las miradas de los pasajeros convergen en la esquina en la cual se encuentra el joven, para luego apuntar hacia el “hombre de la bolsa”, que yace en su asiento sin preocupación alguna. (Continúa la próxima semana).
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