Desde hace 23 años, Jorge Perugorría es el actor cubano más internacional que existe. Esta condición, que pocos intérpretes latinoamericanos ostentan, se debe a que participó en dos películas dirigidas por los maestros Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabio: Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995).
Este padre de cuatro hijos varones, tres músicos y un actor, y abuelo de una linda niña, es uno de los protagonistas de Kimura, largometraje dirigido por el panameño Aldo Rey Valderrama, que se estrena hoy en las salas de cine del país.
Le encanta que la industria audiovisual istmeña esté en activo, una nueva etapa en la que quiso contribuir con su grano de arena desde que una productora amiga le dio a leer el guion que escribió Valderrama a cuatro manos con Diego Otero.
“He tenido suerte de trabajar mucho en el cine cubano y latinoamericano, más el español. Toda nuestra cinematografía tiene algo en común: es de autor. Las características son las mismas: un cine de arte comprometido con la realidad. Es difícil en nuestros países otro cine que no esté regido bajo esos conceptos”, manifiesta quien agradece la buena relación que hay entre los cineastas panameños con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba), institución donde Valderrama se graduó de edición y Jeico Castro (cinematografía y productor de Kimura) hizo lo propio en el rubro de cinematografía.
Jorge Perugorria leyó el libreto de Kimura y le gustó el papel de Manfredo, un promotor deportivo vinculado con tráfico ilícito de drogas y apuestas ilegales en eventos públicos y privados. “Me pareció interesante. Sentí que mi personaje era chévere y de dónde sacarle provecho”.
Sobre Manfredo, propuso que fuera un cubano residente en Panamá. “Caracterizar a un panameño como tal no tenía mucho sentido. Eso me facilitó y me dio la oportunidad de buscar la personalidad de un tipo económicamente muy bien establecido, pero quería también que tuviera un pasado, que cuando tú lo vieras detrás de esa fachada de empresario de éxito, hubiera un detalle que demostrara que tuvo un pasado turbio, delictivo, marginal, un mala cabeza de joven”, y fue cuando decidió que iba a usar un diente de oro que mandó a hacer en La Habana para estos fines.

