La noticia del fallecimiento ayer de Darío Fo llenó de tristeza a Italia. Aunque la casualidad hizo que su muerte fuera menos amarga porque llegó el mismo día en que el premio Nobel de Literatura -que el italiano recibió hace casi dos décadas- fuera concedido por la Academia sueca al cantante Bod Dylan.
Cumplió 90 años el pasado marzo, pero nunca perdió la visión apasionada a la vez que satírica con la que contemplaba la realidad.
“He tenido una existencia larga y muy afortunada”, solía decir él siempre acompañado de su inconfundible sonrisa.
Actor, dramaturgo, director, escenógrafo, escritor, pintor y activista político sin bandera.
Todas aquellas vidas, una más extraordinaria de la otra, quedaron reflejadas en sus escritos como en un juego de espejos capaz de multiplicar el tiempo y las historias.
El premio Nobel de Literatura 1997 – el último autor en lengua italiana en ser galardonado con este premio de las letras universales- escribió más de 100 obras teatrales, pero además era un mimo extraordinario.
Conquistó a Italia y al mundo con sus gestos teatrales de juglar satírico de corte siempre embarcado en mil proyectos con la energía de su eterna juventud.
Nacido en una familia modesta en Varese (Lombardía) en 1926. Su madre era campesina y su padre un funcionario de la estación de tren de Milán. Su amor por las artes se manifestó desde niño y acabó estudiando pintura y arquitectura en su ciudad natal.
Tuvo que endosar la divisa en el último experimento del fascismo que protagonizó el Duce, la República Social Italiana de Benito Mussolini, para no acabar deportado en los campos de concentración de Alemania, pero consiguió escapar a la crueldad del frente de batalla.
