El pintor Radamés Pinzón festeja su aniversario 25 en la carrera de dibujar sus ideas en el lienzo.
Se reconoce como un rebelde, sumido en una gran depresión tras las extinción del bloque socialista y la extirpación del pensamiento de izquierda a finales de la década de 1980.
Pinzón, el 12 veces premiado en la categoría de pintura del concurso nacional Roberto Lewis, colgó esta semana, en el vestíbulo del Instituto Nacional de Cultura en la Plaza de Francia (San Felipe), 15 cuadros para ilustrar su recorrido por la pintura, más ajustada a la técnica iconografía.
De su comienzo, su época gris, cuando el desánimo por la desaparición de la corriente izquierdista le invadió, pintó un cuadro de sombras: calaveras huecas con gestos de horror plagaban la imagen, que representaba un vacío causado por sus aflicciones.
“Me sentí sin rumbo”, se sincera al contemplar su obra, el artista oriundo de Penonomé, cabecera de la provincia de Coclé.
Es el único cuadro gris de la muestra que continúa con su exaltación de elementos coloridos de la arquitectura colonial y el arraigo por las cultura de los pueblos interioranos en conjunción con la época actual.
La teja, la madera, los ladrillos, son elementos representados en sus cuadros, así como la técnica en relieve que asemeja a una especie de bordado pictórico. “Mi abuela y mi madre se dedicaron a tejer... las veía en ese oficio artesanal desde chico”, y por ello, ha trasladado la unión de puntos al pincel.
Usa sus obras para dar valor a lo autóctono y ensalzar la identidad panameña, que a veces se pierde cuando los pueblos, antes folclóricos, transforman sus espacios en estructuras modernas, olvidando sus raíces. El artista busca ese sentido de pertenencia, el orgullo de los individuos por las tradiciones y el criollismo y por eso se instaló en Chitré (Herrera), en su intento por nutrirse de contenidos que sirvan a sus pinturas del folclor reivindicativo necesario.
En la muestra, Pinzón dedicó un cuadro a la tradición antonera, la cual admira. Símbolos de esa cultura, como el toro guapo, la iglesia, las ruedas de una carreta, se consolidan en una imagen en movimiento construida con una alta concepción de estética.
“Detrás de cada cuadro se guarda una historia”, atestigua el pintor, que ha hallado una forma de comunicarse mediante sus pinceladas.
Sus cuadros están mezclados con la literatura y el arte universal, como es el caso de Rinocerontes de Dalí. En esa obra pintó tres imponentes rinocerontes, por ser el animal favorito del célebre y excéntrico artista español, Salvador Dalí, uno de los máximos exponentes del surrealismo.
Pinzón siente satisfacción de encontrar sus propio camino. Compara que puede entenderse en el campo pictórico como lo fueran Los Rabanes en la música, grupo que logró fusionar el sonido folclórico con el rock.
En sus obras inserta de forma sutil el Canal de Panamá, el puente de Las Américas, los buques y los contenedores, como signos de que somos un país de tránsito. Cada lienzo suyo es rico en signos, hay que mirarlos con profundo detenimiento.
En una de sus obras, dedicadas a su natal Penonomé, pinta la ‘Estatua de la madre’ y unos patinadores rondándole, una escena común de una tarde de verano en ese lugar.
Pinzón termina así su viaje interno, y se dispone a irse a Barcelona (España) para refundir su obra e integrarla al arte internacional.
