En el cementerio Père-Lachaise (París, Francia) descansan los restos de Óscar Wilde.
El hedonista escritor irlandés, que escandalizó a la sociedad victoriana con su talento y extravagancia, pasó los últimos años de vida en la miseria y en el abandono.
Hoy se cumplen 118 años de su muerte, y su única novela, El retrato de Dorian Grey, volvió a las estanterías este año por la editorial SP Books, que puso a la venta mil copias de una edición especial del manuscrito original, que había visto la luz por primera vez en 2011 por la Harvard University Press.
En los 13 capítulos que conforman esta edición, se puede ver la lucha del escritor y dramaturgo por encajar en los parámetros de una sociedad que ya lo tachaba de inmoral.
Palabras como “belleza”, para describir a un hombre, se cambiaron por frases más aceptables como “buena apariencia”, así como los sentimientos homosexuales de sus personajes fueron prácticamente eliminados de sus páginas.
En 1890, el también autor de El príncipe feliz (1888), envió su manuscrito a la revista Lippincot’s Monthly Magazine (Estados Unidos), que alarmó a su director J.M. Stoddart, por considerar obsceno su contenido homoerótico y conductas que calificó como muy avanzadas para la época.
Luego de más cambios y casi 500 palabras suprimidas, una primera versión de la historia fue reproducida por la citada revista.
“Es una historia venenosa, cuya atmósfera está cargada con los olores mefíticos de la putrefacción moral y espiritual”, fueron algunas de las duras críticas recibidas en su momento, y que llevaron al autor a editarla aún más, agregándole nuevos capítulos, antes de que saliera en formato de libro en 1891.
Hoy, El retrato de Dorian Gray es considerado un clásico de la literatura universal por lectores e historiadores, algo que su autor quizás nunca pensó que pasaría.