No es una tienda de rebajas, sino un outlet; tampoco centros comerciales, sino malls; y lo que los domingos, de seguro, usted no encontrará, parking disponible.
Es un hecho que la incorporación de palabras extranjeras –la mayor cantidad de estas provenientes del inglés– al habla cotidiana es un fenómeno común, y que muchas veces las razones para incorporar extranjerismos no radica precisamente en que no haya un equivalente en español.
Entonces, ¿es mero capricho del hablante? Así podría parecer, dado que el acto del habla, tal como lo definiera el lingüista francés Ferdinand de Sausurre, “es el uso que cada miembro de una comunidad lingüística hace de la lengua para darse a entender”. Es un acto completamente individual.
En torno al tema, el escritor y docente universitario Ariel Barría considera que “para un hablante, la lengua es como un paquete de herramientas que emplea a diario y el que siempre debe estar a su disposición. Cuando no encuentra en ese paquete la palabra-herramienta que requiere, pero la descubre en otro, que en este caso es una lengua extranjera, la toma de allá y la incorpora a su uso”.
De forma que, frente a este fenómeno de incorporación de palabras extranjeras, una de las soluciones por las que opta la Real Academia Española es aceptar las formas castellanizadas de los extranjerismos; es decir, adaptadas a la fonética (pronunciación) y a la grafía (escritura) de la lengua española como, por ejemplo, suvenir por souvenir o frízer por freezer.
De hecho, muchos de los cambios léxicos que se incorporarán a la nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española, que se publicará en 2014, son castellanizaciones.
Sin embargo, a muchos hispanohablantes algunas formas de estas adaptaciones pueden parecerles chocantes y optan por no utilizarlas.

