Esta actividad es como el reverso de los denominados Panama Papers: Panama Books. Y bálsamo frente a los avatares patrios, del Estado fallido. Frente a los salvoconductos de los tribunales a la hecatombe y sufrimientos de las miles de víctimas del dietilenglicol. Ante la sumisión ancestral frente al poder político y el estercolero de la judicatura. Por menos se levantó el pueblo de Fuenteovejuna, en Lope.
Con sus dificultades, se ha creado una tradición de la exposición Feria Internacional del Libro de Panamá. Se inaugura la duodécima edición esta semana. Es una vitrina del quehacer cultural de la Nación, y el Estado, a través del Gobierno Central, la mira de reojo, casi con la indiferencia, de un aporte calculado en un séptimo del costo de su organización y logística. Como si los ámbitos del poder y la política fueron ajenos a la educación y la cultura.
En público, propongo que, para la decimotercera edición, se reúna el Gabinete y enmiende el entuerto financiero, y uno que sí sabe me recuerda que no hay ministro de Cultura, disciplina arrinconada como Cenicienta en el país del famoso centro financiero y tildado de mala manera de fenicio y sin madre en los Panama Papers. Si fuese así, por lo menos el centro de poder político tendría a alguien que le cantara en el oído la palabra cultura.
Una palabra que no se encuentra en el repertorio de las decisiones políticas del país.
Hoy liderada por una empresaria de librerías, Orit Btesh, esa feria se impone, con la falsa idea del poder que es solo una plaza de venta de libros, cuando se ha convertido en una de las ventanas para mostrar a la patria zarandeada allá afuera en su mejor rostro, como otras iniciativas, sea el Festival de Jazz, ideado por Danilo, o el Festival de Cine, que lidera Pituka. Son un antídoto frente a esa imagen grotesca, que no es la única, que prevalece de nosotros en el exterior.
El promedio de escolaridad nuestro es de nueve grados. Certificado de Básica General. La exposición de libros –condimentada con una consistente agenda cultural- es visitada en el 41% por licenciados. Dos de cada cinco participantes posee un título universitario. Es un importante hallazgo de Javier Stanziola y Manuel Quintero sobre la edición 2015 de la Feria, encargada por la Alcaldía de Panamá y la Cámara del Libro.
Confluyen en ese espacio cultural levantado cada año diferentes estratos sociales e interactúan. (Estratos, no extractos, como si convirtieron a la gente en zumo de naranja). Este año serán presentados 26 libros de autores extranjeros y 24 de panameños. Sergio Ramírez, de Nicaragua, y Gerardo Piña Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, presentarán obras, y, además, actuarán en un programa de gran nivel organizado por la Academia Panameña de la Lengua. Ramírez homenajeará a Rubén Darío.
Más allá de la venta de obras –llegó a un millón de balboas en 2015-, la exposición (como la Feria Internacional de David, la de Artesanías y otras, es un espacio de encuentro que representa socialización de los actores de la cultura y crea una imagen positiva nacional e internacional. Muchos escritores y libreros se desplazan a la ciudad para participar en la actividad. Estados Unidos es el país invitado. Un país donde 50 millones de habitantes –indocumentados y documentados- tienen como lengua materna la de la mayoría de los 4 millones de panameños.
Con toda formalidad y gravedad, Stanziola y Quintero ponderan que se establece en ese espacio en Atlapa “un diálogo de saberes e intercambios que generan importantes beneficios educativos, económicos, políticos y culturales para la Nación”.
Ojalá en 2017 el Gobierno Central asuma con seriedad este proyecto, y equilibre la inversión en cemento con aquella en cerebro.