El celaje del amanecer es más especial desde lo alto de Borobudur, el templo budista más grande del mundo, donde a diario cientos de visitantes se agolpan, cámaras en mano, y se sacuden el sueño cuando el sol asoma entre las montañas y pinta el valle de naranja y escarlata.
Un espectáculo que disfrutan los turistas más románticos y los intrépidos por igual, en la atmósfera mística que proporciona la longeva estructura del templo en forma de pirámide, levantado entre los años 750 y 850 por la dinastía Sailendra en Yogyakarta, ciudad de Java, Indonesia.

Reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como patrimonio de la humanidad desde 1991, Borobudur ilustra todo el potencial de un sitio patrimonial/cultural que, por su historia y arquitectura, es capaz de atraer hasta 9 mil visitantes por día y más de un cuarto de millón por año, según cifras gubernamentales. Es el templo más concurrido de todo el archipiélago de Indonesia.
Cuenta con 60 mil metros cúbicos de piedra, unos 2,600 paneles y poco más de 500 estatuas de Buda, distribuidas en seis niveles perfectamente restaurados y conservados gracias a un trabajo de investigación que empezó a finales de la década de 1960, de la mano de Unesco. Antes, a inicios y mediados del siglo XX, el templo recibió otras intervenciones necesarias tras cientos de años de abandono.

Es que, siglos atrás, la población de Java se trasladó lejos, al este de la isla, por razones ambiguas, entre ellas, las frecuentes erupciones de los volcanes que rodean el templo, explican con esmero los guías del sitio.
Borobudur, prosiguen, fue “redescubierto” en el siglo XIX durante la ocupación europea y fue siendo acondicionado hasta lograr el reconocimiento de Unesco, cuando su fama como destino atractivo se extendió por el mundo.




