Un pequeño grupo de ecologistas navega el 15 de septiembre de 1971 en un pequeño bote pesquero en dirección a las islas Aleutianas. Quiere evitar un ensayo nuclear estadounidense ante la costa de Alaska. La expedición tiene un nombre que une el “verde” y la “paz”: Greenpeace.
El variado grupo de activistas no consiguió llegar a su destino, pero la insólita acción dio popularidad a los defensores de la naturaleza.
Hoy, 40 años después, Greenpeace International –con sede en Holanda– es la organización ecologista más influyente en el ámbito mundial, con oficinas en 28 países y 2.8 millones de miembros.
Los principios fundacionales no han cambiado hasta hoy. “Vamos en persona a donde se produce un escándalo ecológico y procuramos que haya una amplia cobertura informativa al respecto”, explica Brigitte Behrens, la gerente de Greenpeace en Alemania, una de las agrupaciones nacionales más grandes de la organización, observadora en la ONU.
El descaro, el efecto sorpresa y las imágenes fáciles de comprender son elementos básicos en cualquier acción de Greenpeace.
A finales de agosto, por ejemplo, 50 nadadores se manifestaron en el mar Báltico para exigir una renovación de la política común europea en materia de pesca. Para ello, formaron en el agua las siglas “SOS”.
En otras acciones utilizan barcos, helicópteros, lanchas e hidroaviones. Tan solo en 2010, la organización ecologista recaudó donaciones en el ámbito mundial por 230 millones de euros, algo que garantiza su independencia. “No aceptamos dinero de la industria o la política”, afirma Behrens.
“Nunca hemos perdido el carácter de iniciativa ciudadana conectada mundialmente”, dice, por su parte, Gerhard Wallmeyer, uno de los miembros fundadores.
