Estrenada en 2019 en España, pero de moda hoy por su reciente estreno en Netflix y por ser una nueva fuente de “memes”, la película El hoyo, llega a la palestra pública en el momento justo, en plena pandemia por el Covid-19, para invitar a la reflexión y mostrarnos cuán egoístas podemos ser en momentos de extrema necesidad.
El camino de ‘El hoyo’
Luego de no poder convertir su historia en un montaje teatral, los guionistas David Desola y Pedro Rivero la adaptaron al cine, captando la atención de Basque Films y Galder Gaztelu-Urrutia. El proyecto se concretó y se aseguró llegar a las salas tras ganar premios en los festivales de Toronto y Sitges en 2019. Solo se exhibió en la cartelera española y pasó a la plataforma Netflix, donde destaca como uno de los contenidos más vistos. Ya se negocia desarrollar nuevas entregas.
Concebida como una obra de teatro que nunca se concretó, la distopía de El hoyo se cuenta a través de Goreng, un hombre con valores morales cimentados que despierta en el nivel 48 de una especie de cárcel vertical con un enorme agujero en el centro por el que cada día desciende una plataforma con la comida que deben compartir, por breves turnos, los ocupantes que hay en cada piso.
El sistema de El hoyo, nombre de la prisión, se presta como metáfora y crítica de múltiples aspectos de la sociedad, pero el más claro es el egoísmo y la falta de empatía que destruye la humanidad de los internos: los afortunados que están en los niveles superiores se dan un festín cada día al ser los primeros que disfrutan del banquete de la plataforma, mientras que los rezagados deben conformarse con las migajas o, peor, no alcanzan ni un bocado.
Los primeros análisis de El hoyo tras su éxito en Netflix, la describen como una analogía del modelo capitalismo y la desigualdad de riquezas, desde una premisa evidente: los de arriba derrochan los recursos y los de abajo reciben miserias.

Pero el experimento social que propone el film rompe con esa idea y va más allá al cambiar mensualmente de piso, y sin ningún patrón, a sus habitantes, con la posibilidad de ser, cada cierto tiempo, un acaudalado de los estratos superiores o un condenado de los niveles más bajos.
Es así como la película desarrolla su verdadera propuesta: mostrar como unos y otros se desprecian y se hacen daño, según el nivel que les toque en cada cambio, dentro de un sistema establecido. Hasta que llega Goreng a tratar de remar a contracorriente, apelando a alguna luz de humanidad que envíe un mensaje de cambio desde lo profundo del hoyo.
Habla el realizador
El director español Galder Gaztelu-Urrutia lo explicó en una entrevista con Rtve: “La película aborda el gran problema de nuestra civilización: el reparto de la riqueza (...) También habla de cómo nos despedazamos entre nosotros, sobre todo los que nos peleamos por las migajas”.
La idea, asegura Gaztelu-Urrutia, no es “aleccionar ni adoctrinar”, sino hacer preguntas a la audiencia, la más directa: ¿qué harías tú en cada nivel? “Queríamos enfrentar al espectador al egoísmo y a la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno. El ser humano es, en mi opinión, una especie miserable. La película habla de luchar contra lo que somos de nacimiento: una bola de egoísmo que llora y llora y pide y pide”, profundiza el cineasta en otra publicación de El Periódico.
Y recalca que no hay que detenerse en lamentos por los modelos sociales que imperan: “Da igual el sistema económico y político en el que pienses: es muy difícil que funcione por el egoísmo intrínseco de cada uno de nosotros”.
Porque “es muy fácil repartir cuando te sobra y puedes dar un par de monedas, pero, ¿serías igual de solidario si esa solidaridad pone en riesgo tu integridad física?” A partir de ahí, detalla Gaztelu-Urrutia a Espinof, “hablamos de los sistemas económicos y de gestión de economía como el capitalismo o el socialismo, pero desde un punto de vista centrado en la responsabilidad individual de cada uno”.

