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El legado judío en Irak

El legado judío en Irak
Ranj Abderrahman Cohen, un judío kurdo iraquí, muestra las ruinas de una sinagoga en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. AFP/Safin Hamed

Cuando Omar Farhadi era pequeño, los sábados calentaba la comida de sus vecinos para el sabbat antes de ir a jugar al fútbol frente a las tiendas cerradas. Hoy, en el Kurdistán iraquí, prácticamente ya no quedan judíos, igual que en el resto de Irak, pero su legado perdura.

Fue en Ur, en el sur de Irak, donde nació el patriarca Abraham. En el sur también, según algunas tradiciones, estaba el jardín del Edén, en el corazón de las marismas de Mesopotamia. Y fue ahí donde se escribió el Talmud de Babilonia.

Con tal arraigo, los judíos fueron durante mucho tiempo, la segunda comunidad en Bagdad, el 40% de la población según un censo otomano de 1917.

Pero el siglo pasado, a medida que se recrudecían las tensiones en la región con la creación del Estado de Israel, la mayoría de los judíos de Irak se fueron y sus bienes fueron confiscados y con ellos, se esfumaron las perspectivas de un regreso.

Rescatan la tumba del profeta Nahum

En la ciudad de Al Qosh, a 48 kilómetros al norte de Mosul, se encuentra la tumba de Nahum, uno de los 12 profetas menores de la Biblia.

En los últimos mil años este ha sido un importante lugar de peregrinación para judíos, cristianos y musulmanes. En En 2017, una organización sin ánimo de lucro por la restauración del patrimonio cultural se encargó de su restauraciónm, ya que se encontraba en ruinas.

De aquella época, en el barrio de Tajil al Yehud, no lejos de la ciudadela de Erbil, Omar Farhadi, un antiguo periodista nacido en 1938, se acuerda como si fuera ayer.

“Aquí había una tienda de mi padre y otros dos comercios. Después, todos los comercios pertenecían a kurdos judíos”, cuenta en el bazar Qaysari, el mercado más antiguo de Erbil.

En el colegio, Farhadi tenía varios compañeros judíos y su profesor de inglés se llamaba Benhaz Isra Salim. “Un día, vino a a despedirse de nuestro profesor de árabe, un musulmán que se llamaba Jider Mawlud. Anunció que se iba a Israel y se abrazaron llorando. Eso fue el fin de los judíos en Erbil”, recuerda.

En 1948, el año de la creación de Israel, había 150 mil judíos en Irak. Tres años después, el 96% de la comunidad se había ido.

El resto les siguió tras la invasión estadounidense de Irak en 2003 que abrió la vía a una quincena de años de violencia prácticamente ininterrumpida.

A finales de 2009, la comunidad contaba con ocho miembros en Bagdad, según un cable diplomático publicado por Wikileaks.

Actualmente, Israel contabiliza oficialmente 219 mil judíos de origen iraquí, el mayor contingente de judíos originarios de Asia.

Sus bienes y sus casas fueron confiscados por el estado iraquí. Antiguas escuelas judías, como en el barrio de Batauin en el centro de Bagdad, se desmoronan en la indiferencia.

Los ocupantes que se precipitaron sobre las casas de los cristianos que huyeron después de 2003, parecen eludir los bienes de los judíos.

Lo que queda, es historia. Como esta sala del museo de Educación de Erbil, bautizada Daniel Kassa, un célebre profesor de arte kurdo judío o todos estos barrios judíos que ahora se llaman Halabja, Zajo, Koysinjaq u otros nombres de ciudades del Kurdistán.

En 2015, el Parlamento kurdo iraquí reconoció el judaísmo como religión protegida.

“Hasta los diputados islamistas votaron a favor”, dice Mariwan Naqshbandi, del ministerio de Asuntos Religiosos kurdo y cuyo abuelo, polígamo, se casó con una judía.

Desde entonces, varias personas se han acercado al ministerio para ser nombrados representante oficial de los kurdos judíos.

Según las autoridades, unas 400 familias descendientes de judíos viven en el Kurdistán iraquí. Pero se han convertido y están oficialmente registradas como musulmanas.

“La mayoría practican su religión en secreto ya que es muy peligroso decir que uno es judío en Irak o en Oriente Medio”, explica a la AFP Cherko Osman Abdallah, de 58 años.

En Al Qoch, se empezó a restaurar la tumba del profeta Nahum hace tres años gracias a la financiación de un millón de dólares del gobierno estadounidense, así como a fondos de autoridades locales kurdas y donaciones privadas.

Los judíos dejaron su impronta en el Kurdistán, pero también en Mosul (norte), Basora, (sur), Ramadi (oeste) o Bagdad, donde durante mucho tiempo el día de descanso semanal fue el sábado y no el viernes de los musulmanes como es el caso en la actualidad.

El más célebre de entre ellos en Irak sigue siendo Sasun Eskell, ministro de Finanzas del primer gobierno iraquí bajo mandato británico en 1920.

“Fue el quien acuñó la moneda iraquí y la indexó al oro”, recuerda a la AFP Rifaat Abderrazaq, especialista del legado judío en Bagdad.

Pero hoy, “no queda prácticamente” nada más que recuerdos’, lamenta, mientras que la casa de Eskell está casi en ruinas en las orillas del Tigris, en Bagdad.


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