Danae Brugiati (Chiriquí, 1944) no recuerda con exactitud cuándo leyó su primer haikus, aunque debió ser después de 2003 “al iniciar mis clases de español como segunda lengua a estudiantes extranjeros. Al conversar con estudiantes de Japón algunas tertulias giraron en torno a la literatura y especialmente, a la poesía de aquel país”.
En el caso de Aura González Beitia (Panamá, 1945) fue en la casa de unos amigos en la ciudad de David (Chiriquí), en 1989, cuando descubrió los de Basho.
Lil María Herrera (Panamá, 1965) comenzó temprano esta clase de lecturas, ocurrió durante su época de adolescencia con autores como Basho, Onitsura y Fukuda Chiyo-ni Kaga no-chiyo.
Sonia Ehlers (México, 1949), por su lado, leyó haikus de Mario Benedetti y las traducciones que hizo Octavio Paz con ayuda de un amigo japonés cuando era diplomático.
Emociones
“La lectura de un haikus te deja siempre con el sentimiento de asombro y descubrimiento de aquel instante, paradójicamente efímero y eterno, que atrapas en un verso, y la revelación de que eres sencillamente una célula de aquel gran cuerpo universal, igual que una ranita, el canto de un pájaro o los círculos concéntricos que deja en un charco la levedad de una libélula”, opina Danae Brugiati.
Como lectora, al principio, Aura González Beitia sintió sorpresa “y bienestar de ver de cómo la captación instantánea de algo se puede plasmar con tan pocas palabras, pero que sugiere un universo de significados; ver lo sinestésico con que se manejan esas expresiones tan breves y cómo las connotaciones alcanzan un nivel original; captar la apertura de un mundo de posibilidades, en donde se valora la cotidianidad y se justiprecia los encantos de la naturaleza, la vuelta a las raíces, el hombre y su condición de ser”.
Para Lil María Herrera ha sido crucial en su formación como poeta “en la búsqueda de la síntesis poética, por aquello de que menos es más. Me asombró ver que la poesía podía ser tan breve, tan aparentemente sencilla y tan profunda”.
“La sensación que deja un haikus es un estado de paz, tranquilidad al leer sobre la naturaleza y la sorpresa o asombro que ella encierra por un instante”, plantea Sonia Ehlers.

Obra colectiva
Brugiati, González Beitia, Herrera y Ehlers publicaron el libro Haiku Do, en la ruta de la poesía breve.
Todo comenzó, recuerda Brugiati, cuando Herrera y Ehlers intercambiaron los primeros haikus entre sí “en la forma lúdica que lo hacía Basho con sus colegas y discípulos, en ocasiones componiendo obras completas en ese intercambio. Me incorporé al juego, y poco después, propuse que hiciéramos un libro para el cual también invitamos a Aura con el fin de completar el número de las estaciones del año, siempre presentes en el arte japonés, pues aparte del fenómeno meteorológico son un fenómeno cultural (kisetsu). Generalmente, un buen haiku suele tener una palabra, llamada kigo, que hace referencia implícita o explícita a una de las cuatro estaciones del año. Mencionar el guayacán, en nuestro entorno, nos lleva a pensar en el verano panameño; si mencionas los castaños, te refieres al otoño”.
Cada una tiene en el libro asignada una de las cuatro estaciones. Sin embargo, todas escriben sus haikus independientemente de la estación que representan.
Un día Herrera se dio cuenta que “teníamos en común, no solo la admiración por los haikus, sino que también los cultivábamos. Hicimos un grupo virtual de escritura de haikus para leernos, criticarnos y pulir nuestros versos. Y así, espontáneamente, una tarde nos pusimos de acuerdo, motivadas y guiadas por Danae”.
“Fue un reto intentar, y a la vez demostrar, que yo había sido capaz de captar la esencia del haiku”, recuerda González Beitia.
Para Ehlers comenzó como un juego entre mujeres escritoras “a las que nos gusta la brevedad y la naturaleza. Nos fuimos descubriendo entre las cuatro por un instante mágico y notamos ciertas afinidades. Estas creaciones me permitieron apreciar más lo que me rodea, abandonar el ego y verme a distancia. No es fácil”.
