Guayaquil es una ciudad de 3 millones de habitantes. La apodan la Perla del Pacífico. Dentro de 15 años cumplirá 500 años de haber sido fundada por la colonización española. Con el covid-19, los guayaquileños han vivido una pesadilla, la más terrible de su historia, pero han sabido afrontarla con la unión y sin protagonismos.
Hoy se respira un aire tranquilizador en esa ciudad, capital económica de Ecuador y localizada a 1.200 kms de Panamá. El número de contagiados diarios, en promedio, es de 10 y la muerte no es mayor a la de años anteriores.
Epicentro de revoluciones y levantamientos, La Perla del Pacífico llegó a contabilizar algunos días de marzo y abril hasta 500 difuntos (esa cifra puede ser de 700, por los subregistros e información nula o incorrecta). Ni había pruebas para verificar la enfermedad ni laboratorios de análisis.
Los contagios fueron tales que “el 23 de abril se registró la cifra más empinada del planeta”, sustenta Omar Maluf Salem, guayaquileño, consultor, académico y doctor en economía.
El fallecimiento cero ocurrió el 28 de febrero. Y el 15 de marzo había 2,400 contagiados. Escenas chocantes: no había capacidad para la cremación, decretada por las autoridades, y los ataúdes se apiñaban en las veredas, a la espera de ser sepultados.
“Al virus se lo llevaron los muertos”, apostilla. Un mes para crecer la mortandad y los contagios, y dos semanas para bajar los contagios a 10. Aunque Quito sí se anticipó a la pandemia, hoy, las cifras de contagio superan los 150 por día.
En retorno de pasajeros desde Europa en febrero, generó esa alta y brutal concentración de contagio y muertes.
¿Qué sucedió para controlar la pandemia? No fue un milagro. Se echó mano de la estadística y se organizó la información por calendario y por número de contagios. Estadística y organización de la información. Concentración brutal alta. Regreso de las vacaciones en Europa.
Atroz. “Fue un verdadero infierno en la tierra”, define María Gloria Alarcón, empresaria e integrante del comité de emergencia correspondiente. Los sectores sociales se unieron, sin protagonismos, y hubo una coordinación (no escrita) entre sector público y privado. El privado pudo aportar, no solo donaciones, sino la rapidez que no es característica del sector público, explica.
Todas las familias perdieron, al menos, un miembro o alguien cercano. La unión surgió por el terror y la desesperación.
Se decretó el cierre de la ciudad, con una cuarentena estricta, de poder salir al mercado por una hora a la semana, y toque de queda desde las 2 de la tarde hasta las 5 de la madrugada. A fines de abril empiezan a recoger cadáveres acumulados, que amenazaban con otra epidemia sanitaria.
El encierro puso en evidencia el hacinamiento en que viven las familias: muchos integrantes en espacios reducidos y contagiables.
Para que no tuvieran que salir, brigadas de instituciones oficiales y brigadas de voluntarios llevaban a las viviendas paquetes de alimentos, que eran sufragados con donaciones y recursos públicos, a través de la creación de cuentas bancarias.
El control logrado es por la unión y la seriedad con que se han tomado los guayaquileños la pandemia. En agosto, la municipalidad restringe fiestas y determina el uso obligatorio de las mascarillas. Con multas para quienes incumplan, de 400 dólares.
El autor es docente, periodista y filólogo