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La obsesión del hombre con Marte

La obsesión del hombre con Marte
Siete vistas del rover ‘Perseverance’ Mars de la NASA moviendo sus ruedas el 4 de marzo de 2021, cuando completó su primer viaje. AFP/NASA/JPL-Caltech

La visita de la sonda “Perseverance” al planeta rojo continúa el largo sueño humano con la conquista de un planeta misterioso y deshabitado. Se estima que para 2031, las sondas y los robots enviados desde la Tierra, deberán haber realizado una exploración completa de la superficie del planeta.

Eso es lo que programa la NASA. Otros países y programas privados tienen intenciones ligeramente diferentes. Al planeta Marte, aparte de las sondas de la NASA, lo han visitado sondas rusas, chinas y hasta de los Emiratos Árabes Unidos. Marte se ha convertido en un basurero de sondas que se estrellaron con su superficie, u otras que ya dejaron de funcionar. Por su parte, los billonarios estadounidenses Jeff Bezos y Elon Musk, cada uno por su lado, pretenden enviar misiones tripuladas a Marte en los próximos años.

El sueño con la exploración espacial no es nada nuevo. Prácticamente todas las grandes civilizaciones mantenían registros astronómicos, y ciertos estudios relacionados con las órbitas de los planetas y otros cuerpos celestiales. Los nombres que actualmente se les han asignado a los planetas del sistema solar, desde Mercurio hasta Neptuno (a Plutón le quitaron el rango de planeta en 2006), corresponden a dioses romanos. Incluso los nombres de los días de la semana desde el lunes, por la Luna, hasta el viernes por el planeta Venus mantienen esa correspondencia. La palabra “sábado” se deriva del hebreo y significa día de descanso, sin embargo, su equivalente en inglés (saturday), sí tiene su raíz en Saturno. Mientras que domingo viene del latín referido al “día del señor” originalmente referido al “día del Sol”. En inglés el domingo (sunday) es precisamente el día del Sol.

La obsesión del hombre con Marte
‘Perseverance’ rueda sobre Marte por primera vez el 4 de marzo. AFP/JPL-Caltech

La mecánica de un viaje

La distancia mínima de la Tierra a Marte es de unos 54.6 millones de kilómetros, y la distancia máxima es de unos 401 millones de kilómetros. En cambio Venus está a unos 40 millones de kilómetros, sin embargo, el clima supercaliente y la acidez de la atmósfera venusina no son nada agradables a la exploración espacial.

¿Qué mueve la carrera por Marte? Por una parte es el espíritu científico de exploración y aventura, y por otra parte es la vanidad y orgullo, pero detrás de estas motivaciones existe una aspiración onírica de colonizar otro planeta. El científico Freeman Dyson (1923-2020) decía que era necesario para la humanidad colonizar otro planeta para aumentar su posibilidad de sobrevivir.

Para hacer posible ese viaje a Marte, el físico Daniel Q. Posin (1909-2003), quien fuera profesor de la Universidad de Panamá entre 1937 y 1941, modeló cómo sería un viaje con la tecnología de cohetes químicos. Para ahorrar combustible, Posin propuso que las naves aprovecharan la gravedad existente entre la Tierra y la Luna, y la usaran para acelerar su velocidad, dando varias vueltas alrededor del sistema Tierra-Luna, para así recibir el impulso, como la onda de David. Antes de Posin se pensaba que bastaba con lanzar un cohete en dirección a Marte, pero esto no solo consumía mucho combustible si no que además le inyectaba demasiada velocidad a las sondas exploratorias, que no eran capaces de disminuir lo suficiente su velocidad a tiempo, y terminaban estrellándose con la superficie marciana.

Los pioneros del viaje a Marte fueron los soñadores, poetas y shamanes de la antigüedad. El astrónomo Carl Sagan (1934-1996) afirmaba que los pueblos primitivos al juntarse alrededor de una fogata, en una noche estrellada, miraban al cielo y se imaginaban a otra gente, reunida frente a lejanas fogatas.

Proteger la Tierra

Aunque pueden parecer etéreas y algo esotéricas estas reflexiones en tiempos de pandemia, de crisis de la justicia, o de la amenaza inminente de la insolvencia de la Caja de Seguro Social; es claro que si todo sigue su curso actual, a mediados de este siglo, o antes, se darán viajes tripulados a Marte. Así, eventualmente, se convertirá a los seres humanos en marcianos, dejando de ser terrícolas. Para entonces, si la Tierra ya no es su planeta, por qué tendrían que cuidarla.

En el siglo XX, fueron los escritores de ciencia ficción quienes encendieron la imaginación de varias generaciones de lectores. Edgar Rice Burroughs (1875-1950), más conocido por haber creado el personaje de Tarzán, también escribió sobre el viaje a Marte. Uno de sus seguidores, Ray Bradbury (1920-2012) redactó sus Crónicas Marcianas, en las que describe la colonización de Marte desde distintos ángulos. Su obra inspiró a centenares de científicos, y a la industria de cine de Hollywood. De esa influencia es que la mayoría de nosotros imagina el viaje a Marte.

La órbita marciana, su año calendario, dura unos 687 días terrestres. Su movimiento a lo largo de la elipse de su órbita es lo que determina la distancia con la Tierra y por eso hay que esperar que los dos planetas se encuentren en oposición (más cerca) para hacer los lanzamientos espaciales. Con la tecnología actual de cohetes químicos, un viaje humano ida y vuelta a Marte, tomaría 400 a 450 días. Es decir, de 13 a 15 meses. Los cosmonautas rusos ya han roto la barrera de 14 meses continuos en el laboratorio espacial MIR, por lo que parece que no hay un mayor desafío fisiológico para que los humanos emprendan ese viaje.

Es muy posible que en las próximas décadas se realice una misión tripulada a Marte. Existen varias formas de hacer esto. Por una parte, se podrían construir gigantescos cohetes que enviaran a la órbita de Marte naves espaciales no tripuladas, que estarían cargadas con combustible, alimentos y una reserva de oxígeno por si la cosa no salió bien. Una vez establecida en la órbita del planeta rojo, se enviarían las naves tripuladas, que usarían las reservas enviadas con anterioridad para regresar a la Tierra. Otra opción para ahorrar costos, si la tecnología lo permite, sería que la nave espacial fuera ensamblada en la órbita terrestre y anclada a la estación espacial internacional. Así funcionaría como un metro interplanetario que dejaría a sus pasajeros en Marte, y los recogería para devolverlos a la estación espacial.

¿Motivaciones fuera de este mundo?

La carrera por dominar el espacio no es únicamente una demostración de búsqueda de la sabiduría. Hay dos ángulos polémicos de esta actividad. Es muy posible que actualmente el espacio orbital de la Tierra ya esté militarizado con satélites capaces de disparar misiles, pulsos electromagnéticos o armas mucho más peligrosas. Además, el 21 de diciembre de 2019, el entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump anunció la creación de la fuerza espacial de ese país, en un gesto que seguramente ya ha sido copiado por otras potencias. Trump indicó que el espacio es el nuevo teatro para las actividades bélicas.

Otro aspecto controvertido de la actual carrera espacial es la búsqueda de algún cuerpo celeste para el desarrollo de minería de metales raros, y hasta de metales preciosos. Toda la tecnología necesaria para su teléfono celular, computadora, televisor de pantalla plana, o incluso para los automóviles, electrodomésticos, y otros equipos esenciales para la vida moderna, están fundamentados en metales raros cada vez más escasos, o localizados dentro de jurisdicciones controvertidas para los intereses occidentales en África, América del Sur o en la propia China. Así que quien domine un pedazo de asteroide, un cráter de la Luna, o un cerro en Marte bien puede dominar la carrera tecnológica en la Tierra.

Más allá de los cuestionamientos anteriores, existen importantes reflexiones éticas sobre esta fase de la carrera espacial por Marte. Desde que salió de África, la humanidad no ha demostrado como especie —en decenas de miles de años— el sentido de moderación y autocontrol. Cuando conocemos un nuevo territorio acabamos con otras especies de seres humanos, extinguimos miles de especies de animales y plantas, y luego de degradar ambientalmente el territorio, lo abandonamos. Así lo hemos hecho por decenas de miles de años. Además, el viaje a otro cuerpo celeste puede producir contaminación cruzada, ya que nuestras sondas o astronautas pueden llevar contaminación inexistente en ese otro cuerpo, acabando con su ecosistema, o peor aún, trayendo de vuelta pasajeros indeseables a la Tierra.

El otro dilema ético de la carrera por la conquista de Marte se fundamenta en el argumento de uno de los grandes pioneros del vuelo espacial: el físico Wernher Von Braun (1912-1977). Luego de la exitosa serie de misiones Apolo a la Luna, y de los importantes logros de los viajes espaciales, Von Braun se lamentaba del altísimo costo económico y en talento humano que tenía el programa espacial, y sugería que era más productivo invertir esos recursos y talentos en la lucha contra el cáncer, enfermedad que padecía. Ese argumento sigue siendo válido, y adquiere una dimensión muy particular en la actualidad. Los billonarios Bill Gates y Warren Buffett están dedicando su filantropía para combatir el Sida, la malaria y otras enfermedades. Mientras que Elon Musk y Jeff Bezos están invirtiendo su dinero en el desarrollo de un nuevo mercado espacial. En un sistema capitalista no se puede obligar a nadie a usar sus recursos propios para un fin específico, sin embargo, como una cuestión ética, los recursos de esta carrera privada por Marte o por un asteroide rico en minerales, podrían servir para erradicar enfermedades, acabar con el analfabetismo o salvar bosques en partes críticas del planeta.

Quizás el argumento más fuerte contra la conquista de Marte sea la consecuencia lógica de la propuesta de Freeman Dayson. Si la colonización de Marte mejora las probabilidades de que la especie humana sobreviva, esto puede producir una actitud social de que ya no importa cuidar al planeta Tierra, porque “tenemos” otro sitio adonde mudarnos. La historia de la especie humana nos dice que preferimos destruir y abandonar, que reconstruir y sanear.


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