En Semana Santa se reedita el tema de la Pasión de Jesús. Los pueblos de fe cristiana marcan el período como el de la mayor importancia ya que la muerte y la resurrección de Jesús, el Cristo, simbolizan el momento cumbre de su religión.
En Panamá el sufrimiento de Jesús se encuentra enfocado por cuatro poetas con versos de diferentes registros literarios.
Del primero, Ricardo Miró (1883-1940), se suelen citar casi sólo Patria, Garzas cautivas, La última gaviota, el Poema del ruiseñor y algunas poesías galantes, pese a que fue un escritor más amplio, que recorrió el periodismo, el teatro y el cuento y es autor de dos novelas, una de las cuales, Las noches de Babel, inauguró la novela detectivesca en Panamá. La crítica sigue localizando a Ricardo Miró entre el Romanticismo y el Modernismo, movimientos afines, porque éste derivó de aquel.
El estro poético de Miró se manifestó muy enaltecido en los que él tituló Los poemas profanos, que se bifurcan en las series El poema eterno y El poema divino. Ambos traen un diálogo en verso entre Jesús y Magdalena. El poema eterno es el propiamente dedicado a la Pasión de Cristo y está fechado en Semana Santa de 1914. La estrofa final del último poema de esta serie dice “Y así vive del tiempo en lo profundo:/ que si un día la cruz salta en pedazos,/ siempre se mantendrán sus blancos brazos/ como una cruz sobre el dolor del Mundo.”
Rogelio Sinán (1902-1994), de quien las creencias cristianas recorren como una columna vertebral su obra en verso y prosa, a su vez, tiene Semana santa en la niebla (1949), veinticinco poemas en alejandrinos con rima asonante cruzada, que tratan más que la Pasión, porque incluyen otros momentos estelares de la vida del Redentor. Conciernen a la Pasión, ligada a una suerte de panteísmo, los titulados Vísperas de la agonía, Ecce homo, Magdalena, Calvario, Verónica, Presencia de la muerte, Dolorosa y Resurección. El poemario se presenta con un epígrafe del Evangelio según San Lucas.
Demetrio J. Fábrega (1932), neobarroco como Roque Javier Laurenza, es más conocido por el poemario sicalíptico el Libro de la mal sentada (1958) pero es autor de Sonetos de la Pasión (1992), veinticinco cantos que inciden en el tema tratado con la cuidadosa maestría de los clásicos de los siglos de Oro de la literatura española. La línea última de cada soneto, lo avisa el autor, es siempre un verso tomado de Miguel de Unamuno.
Da remate Héctor Collado (1960), finisecular del XX en audacias que reúnen lo amoroso erótico, el afincamiento dentro de la geografía panameña y el discurso novotestamentario en Malas noches del mal poeta enamorado. Poema objeto, inserto en el libro Poemas abstractos para una mujer concreta (1983). Collado escribió “El mal poeta enamorado/aguarda debajo del semáforo,/signado de rojo ...// Espera a la amada/que no llega ...// Improvisa versos/en perfecto alejandrino/al amor de la amada:// “No soy digno de entrar en tu cuerpo/con una palabra tuya bastará para amarte”.// Comparte sus migajas/ con el vendedor de pan;/ regala versos sueltos/ a los peatones distraídos/ y aguarda con la esperanza rota/ en la encrucijada de la Transístmica/ y la 11 de octubre/ que le sirve de Gólgota.// “Tengo sed”/-dice-/ y el vendedor de naranjas/ le corresponde con el cítrico desnudo.”
Coinciden los tres autores últimos en haber sido galardonados con el premio literario que lleva el nombre del primero de la lista. Son cuatro talentosas voces que, cada una según su escuela literaria y quehacer, remite al mismo sacrificio que inaugura el cristianismo.


