Hace poco me reencontré con la obra Las flores de mi vendimia de doña Sydia Candanedo de Zúñiga. En realidad, se trata de varios libros reunidos en un solo volumen. Son el legado que doña Sydia deja para la posteridad, del cual el poeta Porfirio Salazar con atino afirma: “Su legado está inmerso en las emociones más hermosas y legítimas, pues a todo pulso, y a pesar de las dificultades que engendra la vida, ha podido llevar en sí la llama palpitante y el poder de desdoblarse sin traicionar a la mujer intensa y a la poetisa que anidan dentro de sí (…) una obra que es, sin duda, de carácter intimista, poesía lírica pura, en cuanto a la naturaleza de los versos que van edificando la pirámide de su poesía, si bien el tema del amor a la patria al continente americano y al mundo exterior (la expresión es de Sartre), presentes en sus libros, son el detonante de un alma inconforme, que ha erigido su sistema de valores, teniendo como referentes a la justicia y al conocimiento cabal de nuestra historia”.
Las palabras de Porfirio Salazar (excelente poeta y profundo conocedor de su oficio poético), resultan precisas. Después de leer la obra completa, observo que no hay ningún criterio obsequiado, ningún concepto adulador; lo que expresa se sustenta en la obra comentada.El título es abarcador y preciso. El DEL, en su tercera acepción, nos dice que vendimia significa: “provecho o fruto abundante que se saca de alago”.
Las flores de la cosecha de nuestra autora (su poesía), son ricas en abundancia, en calidad y en experiencias; son un retrato de la mujer ideal del siglo XX, testimoniado en sus versos, en su compromiso constante de esparcir luz en cada alborada, en cada minuto de los tiempos, tal y como ella se ha constituido en un faro a lo largo de su existencia. En el poema En el amado surco de los días encontramos un alma que exige el reconocimiento de su identidad: “No quiero parecerme a nadie que me escriba./ Mis poemas, si acaso son poemas, son el sentir recóndito de un grito de ternura/ de un grito que es impulso de inexplicable fuerza”. El héroe lírico plasma su intencionalidad: no parecerse a nadie, no reclamar la calidad de sus poemas; se conforma con manifestar que los mismos son un grito, un impulso, especie de combustible para continuar en la brega. Se observa también la forma como su modestia se convierte en base para incrementar la calidad de su poesía.
La filosofía también campea en la obra de nuestra autora; así lo percibimos en el poema De la piel al espíritu: “Cayó con el vestido marrón,/ y se pregunta el alma:/ ¿Eres tú la materia que suspendes mi imagen/ o eres tú esa hiedra que en el muro se abraza/ a mis espaldas,/ amoldada,/ acondicionada/ que en asomos de luz/ se identifica conmigo”. No me cabe ninguna duda de la presencia de una cuestión ontológica, una representación clara del binomio idea-materia, en la duda acerca de la realidad. Es el alma, la esencia, quien en este asunto interpela a la materia, en este caso la trepadora, que se amolda al muro que es la sustancia, el alma. En los versos finales, la autora nos dice: “Así son los vestidos: de girasol y mármoles,/ pero expresan la vida,/ la conciencia y el alma”.
La materia, o la piel, es comparada con los vestidos que requieren de un cuerpo para existir, pues lo importante está enclaustrado en nuestra alma, en nuestra conciencia, ya que el cuerpo en su calidad de materia, es comparable al girasol o al mármol, que requieren de una luz externa que los haga brillar.
Guarda tu fe en el preciado iris es un poema, cuya brevedad es eclipsada por la estética: “Nunca creí que un día/ las estrellas del campo/ bajaran/ y una rosa tras una/ en gotas mañaneras/ cubrirán los caminos”. Estrellas y rosas caen como semillas, que auguran un futuro prometedor, como las enseñanzas que la autora nos ha testimoniado con su vida y con su producción poética.
El autor es profesor


